¡Hasta aquí hemos llegado!
El gobierno de Basescu lleva casi dos años estirando de la cuerda de la paciencia de los rumanos, abuso que parecía no tener límite. Así, a los brutales recortes en los salarios públicos, al aumento del IVA, a la reducción de la capacidad adquisitiva de los pensionistas, a los despidos de médicos y profesores, al cierre de hospitales, el presidente Basescu añadió impasible la semana pasada el anuncio de la privatización de una buena parte de la sanidad pública.
En respuesta, el pasado jueves, el reputado viceministro de Sanidad, Raed Arafat, presentó sonoramente su dimisión. Arafat, un médico de origen palestino que llegó a Rumanía en 1981, fue el creador del servicio de emergencias del Condado de Mureş (servicio que empezó financiando de su propio bolsillo) y, años después, del famoso SMURD, un servicio de emergencias móviles que empezó a funcionar de manera eficiente en toda Rumanía. La renuncia de Arafat encendió rápidamente la chipa de las protestas, que se extendieron por muchas ciudades rumanas.
Inicialmente, los manifestantes acusaban al gobierno de querer acabar con el sistema público sanitario que, aunque con demasiadas ineficiencias e irregularidades, permite que todo el mundo tenga acceso a un cierto nivel de sanidad. Ante el cariz que estaba tomando la situación, Basescu anunció el viernes que retiraba inmediatamente el proyecto de ley.
A pesar de ello, para sopresa de muchos que ven a la sociedad rumana demasiado anestesiada, durante el fin de semana las protestas se mantuvieron por todo el país pero. A las proclamas en defensa de la sanidad pública, se añadió una crítica al Gobierno de Basescu en particular y a la clase política en general, a los que se acusaba de practicar una política depredadora sin límites que está aumentando enormemente la brecha entre los rumanos más ricos – muchos de ellos, políticos - y el resto de ciudadanos. Declaraciones como la del senador Iulian Urban, del partido en el gobierno, que afirmó que los manifestantes son “gusanos que merecen la suerte que tienen” reflejan perfectamente la actitud de una clase política canallesca y de escasa catadura moral que no teme a las consecuencias de sus actos o sus afirmaciones.
El clímax de esta situación se alcanzó ayer en Bucarest, cuando unos 1.500 manifestantes se reunieron a protestar en la simbólica Piaţa Universitate, uno de los escenarios principales de la Revolución de 1989 (en la imagen). La manifestación transcurrió en calma hasta que las principales cadenas de televisión conectaron en directo con la plaza, momento en el cual, un pequeño grupo empezó a increpar a la policía, alguien lazó un cóctel molotov y las fuerzas del orden respondieron con cargas y gases lacrimógenos (oportuno, ¿no?). Hubo decenas de detenidos y heridos en ambos bandos. Uno de ellos, un señor de avanzada edad, gritaba a la cámara mientras se tocaba la cabeza herida: ¡Todos roban, del primero al último, vivimos en un país de ladrones!
Y, desgraciadamente, tiene razón.