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¿Holocausto canino?

¿Holocausto canino?

El pasado 2 de septiembre, la abuela de Ionuţ Anghel, de 4 años de edad, lo llevó de paseo al Parque Tei junto a su hermano, un poco mayor que él. Al llegar allí, la mujer se distrajo un momento y los niños hicieron lo que es propio de ellos, es decir, escapar de su supervisión para adentrarse en una zona asilvestrada, con plantas lo suficientemente altas como para ocultarlos totalmente, mucho más interesante que los ya archiconocidos columpios de un lugar al que solían ir con frecuencia.

La mala fortuna hizo que durante la infantil aventura, Ionuţ y su hermano se topasen con un par de perros peligrosos que se les echaron encima. A pesar de llevarse un buen mordisco en la pierna, el hermano mayor pudo huir y alertar a su abuela, sin embargo, poco se pudo hacer por Ionuţ, que murió por las heridas causadas por los canes.

Desde la trágica muerte de Ionuţ, se ha desatado de nuevo el periódico debate sobre el destino de las decenas de miles de perros vagabundos que deambulan por la ciudad y que suponen una amenaza física y sanitaria para la población. La noticia también ha dado rienda suelta a las más bajas pasiones de algunos bucarestinos, que no han dudado en atacar violentamente a todo perro que se cruzaba en su camino. Otros, por su parte, han intensificado su defensa de los animales en un ambiente terriblemente condicionado por la muerte de Ionuţ.

La conmoción ha llegado hasta el Parlamento rumano que, por una vez y sin que sirva de precedente, se ha apresurado a tomar medidas en una situación de máximo interés para la población. A pesar de ello, su actuación no ha estado ausente de polémica pues en un tiempo récord ha aprobado una ley que permite exterminar a todos aquellos perros que, una vez cazados, no sean reclamados por sus dueños o adoptados en un plazo máximo de 14 días. En este sentido, Sorin Oprescu, flamante alcalde de la capital, ha anunciado un próximo referéndum para decidir la suerte de los canes de Bucarest.

Por si no bastaba con las manifestaciones de los últimos días, a favor y en contra de los perros vagabundos, Brigitte Bardot ha intentado abanderar las protestas contra el cercano holocausto canino como ya hiciera en el año 2001 para evitar otra anunciada matanza, sin embargo, el alcalde que por aquel entonces se plegó a sus demandas, Traian Basescu, ahora le ha recomendado que, si quiere tanto a los perros, visite Bucarest, se lleve unos cuantos a su casa - el propio Basescu tiene cinco perros callejeros adoptados – y, de paso, pase por la casa de los padres de Ionuţ para explicarles su campaña.

A raíz de toda esta polémica, recientemente se ha publicado que, durante el año 2012, hubo 16.000 ataques de perros contra personas sólo en Bucarest.

Fotografía de una rotonda bucarestina, por gentileza de ABC.  

Nicolae Ionescu, el fotógrafo del Bucarest interbélico

Nicolae Ionescu, el fotógrafo del Bucarest interbélico

Nicolae Ionescu (1903 – 1975) fue uno de los fotógrafos más populares y que mejor supo captar la esencia del Bucarest de entre guerras, aquel que se jactaba de competir en belleza y jolgorio con la mismísima ciudad de París. Muchas de las fotografías que tomó a lo largo de su vida son las que ahora llenan las páginas de infinidad de libros sobre aquel período y decoran las paredes de librerías y restaurantes de la ciudad, aunque probablemente la mayoría de quienes las colgaron allí no conocen a su autor. Caído en desgracia durante el período comunista, Nicolae Ionescu malvivió muchos años hasta que, tras su muerte, su viuda se vio obligada a vender toda la colección de su marido a la Biblioteca Municipal, que más tarde la revendió a la Academia Romana.

 Es posible contemplar una parte de la obra de Ionescu en el blog de Alex Galmeanu.

¡No se la pierdan! Si conocen Bucarest, se van a llevar más de una sorpresa.

La misteriosa Cetate del Parque Cişmigiu

La misteriosa Cetate del Parque Cişmigiu

En varias ocasiones me he referido en este blog al Parque Cişmigiu, posiblemente el jardín más bonito de Bucarest y, sin duda, el más antiguo. El lugar esconde muchos rincones tranquilos, un par de lagos, decenas de pequeños monumentos a algunos de los más próceres personajes literarios de Rumania, algunos columpios y, en especial, unas enigmáticas ruinas señaladas con el cartel “La Cetate” (Fortaleza).

 Sin duda, el letrero induce a error pues los restos que hoy pueden contemplarse en la esquina noroeste del parque, no corresponden a ningún baluarte sino a las ruinas de un monasterio mandado construir en 1756 por el secretario del Príncipe de Valaquia (logofatul) y Gran Ban, Stefan Vacarescu, el mismo que estuvo casado con Ecaterina Vacarescu, la baneasa a la que nos referíamos hace sólo unos días cuando hablábamos del origen del nombre de algunos barrios al norte de Bucarest.

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Del cenobio quedan apenas unos muros, un par de bóvedas de medio cañón, varios arcos, una puerta, algunos contrafuertes, una gran pared circular que bien podría haber albergado el ábside de una iglesia y poco más. Se dice que cerca de las bóvedas que todavía se conservan existía un pasillo secreto (¡uno más en esta ciudad de acreditados túneles secretos!) que conectaba la abadía con el cercano Palacio Kretzulescu, que hoy alberga el Centre Europeén pour l'enseignement supérieur de la UNESCO. Junto a estos vestigios se levanta la iglesia de Schitu Magureanu, reconstruida en 1884 a partir de los restos del templo original que había pertenecido al monasterio y que había sido demolido sólo tres años antes.

Desgraciadamente, el rótulo que hoy indica la existencia de esta falsa fortificación sólo constituye un elemento de despiste para los bucarestinos, que bien merecen una explicación más detallada sobre este lugar del que tan poco saben pero que les es tan familiar.

¿Y si Casa Popurului y la Avenida de la Victoria del Socialismo se hubiesen construido en Barcelona?

¿Y si Casa Popurului y la Avenida de la Victoria del Socialismo se hubiesen construido en Barcelona?

Hace un par de años dediqué una entrada en este blog a describir cómo, tras el terremoto de 1977, Ceaușescu dio rienda suelta a sus delirios arquitectónicos, inspirados en el delirante urbanismo de Corea del Norte, y provocó la mayor destrucción de una ciudad europea en tiempos de paz.

Para describir la sistemática demolición de una buena parte de la ciudad de Bucarest, los rumanos acuñaron irónicamente la palabra Ceauşima, mezcla del nombre del tirano y el de Hiroshima, ciudad asolada por la primera bomba atómica lanzada a final de la Segunda Guerra Mundial.

 Es difícil comprender el alcance de semejante devastación, sin embargo, el proyecto virtual pormanteau.ro permite a cualquier internauta proyectar el mastodóntico proyecto sobre el plano de su propia ciudad para intentar asimilar sus demoledoras consecuencias. En caso de hacerlo sobre el plano de Barcelona, mi ciudad natal, y situando Casa Poporului sobre el Camp Nou - que quedaría totalmente sepultado bajo su enorme volumen -, la avenida de la Victoria del Socialismo se extendería 3,5 km en línea recta hasta el Mercado de San Antonio, con la consiguiente desaparición de los edificios que ocupasen este espacio. Además, el proyecto obligaría a la destrucción de parte de Badal, Hostafrancs, Les Corts y el barrio de la Maternitat, la Plaza de Joan Miró hasta el centro comercial de las Arenas, la Estación de Sants y sus alrededores hasta la calle Entenza, buena parte de la Plaza de España, el Paralelo y las manzanas del Ensanche que lo limitan, la práctica totalidad del Poble Sec y la mayor parte del Raval, además de algunas otras zonas menores de la ciudad.

¿Pueden imaginar el trauma que semejante actuación urbanística supondría para la ciudad de Barcelona? Acudan a la web que les he sugerido y hagan la prueba con el plano su ciudad. Se les encogerá el corazón y entenderán la colosal herida que sufrió Bucarest hace ahora 36 años.

El gran incendio de 1847

El gran incendio de 1847

A lo largo de su historia, Bucarest se ha visto sacudida por múltiples catástrofes, desde asoladores conflictos bélicos y epidemias hasta destructivos terremotos e inundaciones, sin embargo, los incendios que periódicamente asolaban la ciudad han dejado huellas que todavía hoy pueden identificarse en el casco antiguo y que han marcado su desarrollo urbanístico y arquitectónico. 

 Durante siglos, Bucarest sufrió devastadores incendios. El uso extendido de la madera y de materiales ligeros en la construcción de edificios facilitaba que ciertos sectores de la ciudad fueran pasto de las llamas. El siglo XIX se inauguró con un incendio que destruyó la corte principesca y sus alrededores, calamidad que precedió al desbordamiento del río Dîmbovița, en un intento de los elementos de compensar su fuerza destructiva.

A pesar de todo, el incendio más demoledor que sufrió Bucarest a lo largo del siglo XIX fue el que se inició en la tarde del 23 de marzo de 1847. Aunque las versiones sobre el inicio del fuego difieren según quien las cuente, todos los autores sostienen que el culpable fue un niño llamado Costache Filipescu, hijo de un boyardo que ostentaba el cargo de llavero mayor de la ciudad. Al parecer, el zagal tenía la costumbre de rellenar con pólvora las enormes llaves huecas bajo custodia del padre. Introducía después en el orificio un clavo y golpeaba la cabeza contra una superficie dura, lo que provocaba una deflagración, la alegría del gamberro y la admiración de sus amigos.

Aquel aciago día, mientras los bucarestinos ultimaban los últimos detalles para recibir a la cercana Pascua, Costache armó su improvisado artefacto y salió a la calle en busca de una superficie adecuada donde causar el máximo estruendo. Desafortunadamente, el chiquillo decidió emplear un enorme barril aparentemente abandonado en el jardín de su casa, junto a los terrenos de la iglesia de San Demetrio. El tonel contenía combustible y cuando se produjo el estallido, las chispas prendieron los chorretones que manchaban su superficie. Las llamas, empujadas por el viento, rápidamente alcanzaron la cercana iglesia y la enorme casa de la familia, extendiéndose imparables hacia el este a lo largo de varios kilómetros.

El balance del incendio fue terrible. La enorme lengua de fuego arrasó total o parcialmente 1.850 edificios, destruyó 1.142 locales comerciales, 10 posadas y 12 iglesias. Una cuarta parte de la ciudad se vio seriamente afectada y los daños fueron valorados en 100 millones de lei de aquella época, una suma ciertamente astronómica. A pesar de la triste desaparición de edificios de inspiración otomana, característicos de las ciudades balcánicas, el formidable solar provocado por el incendio facilitó la construcción de bellísimos inmuebles de estilo historicista francés que sentaron las bases de la ciudad que sería conocida como la Pequeña París del Este.

Puede que el lector se pregunte qué fue de Costache Filipescu. El desdichado niño sobrevivió al incendio, sin embargo, murió de tisis a los 14 años en una residencia en Génova, donde su familia lo había enviado para que se recuperase de su enfermedad.

El fantasma del hotel Cișmigiu

El fantasma del hotel Cișmigiu

El Hotel Palace abrió sus puertas en 1912, en pleno Bulevar Regina Elisabeta. Diseñado en estilo ecléctico por el arquitecto Arghir Culina, autor de otros edificios emblemáticos de Bucarest como el Hotel Ambasador, pronto se convirtió en un punto de referencia para los visitantes y un símbolo de la ciudad por su privilegiada situación y la belleza de su arquitectura. En la planta baja del Hotel Palace se situó, a partir de 1941, la popular cervecería Gambrinus, heredera de la inaugurada en 1901 por el dramaturgo Ion Luca Caragiale y cuya localización original había sido destruida durante los bombardeos que sufrió la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. El propio hotel sufrió las consecuencias de los bombardeos e incluso una bomba atravesó su cubierta hasta el tercer piso, aunque felizmente no estalló.

Tras unos años de esplendor, en 1948, el Hotel Palace fue expropiado por el régimen comunista a sus propietarios, la familia Pissiota, sustituyendo su nombre por el de Hotel Cișmigiu, de connotaciones menos regias. A partir de entonces, el edificio entró en una triste decadencia hasta que, en un estado tétrico y descuidado, fue finalmente cerrado en 1970. En 1989, con la Revolución en ciernes, el antiguo hotel fue reconvertido en una residencia para los estudiantes de la cercana Academia de Teatro y Cine, aunque siguió manteniendo su aspecto lúgubre y desaliñado debido a su inadecuado mantenimiento.

Un fin de semana de primavera, una estudiante de la República de Moldavia paseaba aburrida por los siniestros pasillos de la residencia. Aún teniendo vacaciones, no había regresado a su casa debido a su ajustado presupuesto, así que permaneció en un edificio prácticamente vacío. Sin que nadie que explique todavía el motivo, la chica se precipitó por el hueco del ascensor desde el segundo piso y permaneció tres horas agonizando en el oscuro fondo de la caja del montacargas, profiriendo gritos de ayuda cada vez más apagados y delirantes mientras la vida se le escapaba por la boca. Poco después del misterioso accidente, la residencia cerró de nuevo sus puertas y el edificio fue abandonado.

Se cuenta que, hasta hace poco, todavía se escuchaban gritos agonizantes de un alma atormentada en los pasillos del antiguo hotel, sin embargo, tras la excelente rehabilitación del edificio que ha realizado la empresa española Hercesa, propietaria del inmueble, la reinauguración del Hotel Cișmigiu y la apertura de la flamante sede del Instituto Cervantes, temo que el fantasma de la estudiante haya abandonado el lugar en busca de una localización más adecuada a sus fúnebres lamentos. 

Imagen extraída de la web The Vandalist Coolhuntin’

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: Aviației, Aviatorilor y Baneasa

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: Aviației, Aviatorilor y Baneasa

A principios de los años 80, durante la agónica recta final del período comunista, se construyó al norte de Bucarest un nuevo barrio en el que Ceaușescu pretendía alojar a familias de policías, militares y aviadores del ejército rumano, que acabaron dando nombre al barrio (Aviației o de la aviación). Como recuerdo de las intenciones del tirano, en el emplazamiento del antiguo aeropuerto de Pipera, hoy puede visitarse el interesantísimo Museo de la Aviación, en cuyos jardines languidece el famoso helicóptero que sacó precipitadamente a Ceaușescu de la sede central del Partido Comunista Rumano durante la Revolución de 1989.

Muy cerca del barrio de la Aviación se encuentra el barrio llamado Aviatorilor, es decir, el de los aviadores, cuyo nombre proviene de la preciosa estatua de estilo Art decó dedicada a los Héroes del Aire. El monumento fue realizado por los escultores Iosif Fekete y Lidia Kotzebue y erigido en 1935 para recordar a los aviadores rumanos fallecidos durante la Primera Guerra Mundial, en accidentes, en pruebas de aviación, etc.

El barrio de Baneasa, conocido hoy por su enorme centro comercial y su antiguo aeropuerto (actualmente en proceso de reforma y con vuelos muy limitados), se sitúa en el lugar que antaño ocupó un pueblo llamado Carstinesti, cuyos habitantes eran bien conocidos en Bucarest por la calidad de la leche de sus vacas y por los quesos que producían y vendían en la ciudad. En el año 1761, el pueblo pasó a formar parte de las propiedades de Ecaterina Vacarescu, esposa del ban Stefan Vacarescu. Por aquél entonces, el título de ban era el más alto rango nobiliario otorgado por los príncipes válacos y la mujer del ban solía ser conocida como baneasa, designación que acabó dando nombre al territorio de su propiedad y, finalmente, al barrio que hoy allí se levanta. 

Palatul Victoriei

Palatul Victoriei

El orfanato maldito de la Strada Franceză

El orfanato maldito de la Strada Franceză

No muy lejos del lugar donde vagan las almas atormentadas de la iglesia de San Antón, en el número 13 de la Strada Franceză, se levanta desde 1895 una preciosa mansión con una de las historias más siniestras de Bucarest.

La leyenda dice que su propietario, Stavrache Hagi-Orman, transformó su residencia en un orfanato, aunque tras su actitud aparentemente altruista se escondía una trama tan sádica como malvada. Mediante engaños, recogía a niños abandonados de las calles de la ciudad y les ofrecía albergue y sustento en su casa, sin embargo, una vez que uno de aquellos desdichados entraba en la mansión, ya nunca volvían a salir. Hagi-Orman condenaba a los niños a extenuantes jornadas de trabajo, sin comida ni agua, y por la noche los encerraba bajo llave en los rincones más oscuros y lúgubres de su enorme residencia.

Sin nadie que los reclamase y olvidados por una sociedad cegada por las luces del Pequeño París, los niños fueron muriendo de hambre y agotamiento y enterrados en algún lugar discreto, lejos de miradas delatoras. En octubre de 2011, Radu Vasile, un vecino de 84 años que ha pasado toda su vida en el número 15, todavía recordaba en las páginas del periódico Ring: “Muchos niños vagabundos eran internados allí y controlados por la familia de Stavrache, con cuyos miembros nadie en la calle se relacionaba… pero todo terminó después de la guerra”.

Posiblemente, más de 200 niños murieron en el número 13 de la Strada Franceză y todavía hoy, tras las puertas tapiadas del edificio, a media noche, algunos lugareños juran oír voces infantiles gritando: ¡Por favor, dadnos agua!

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: Drumul Taberei

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: Drumul Taberei

A propósito de mi última entrada, el nombre de la calle y del barrio llamado Drumul Taberei  - literalmente, el Camino del Campamento – data de 1821, año de la explosión antifanariota dirigida por Tudor Vladimirescu quien, junto a sus tropas de pandurii, acampó en este área antes de tomar Bucarest. Tras la conquista de la ciudad, los pandurii fortificaron una zona cercana al Monasterio de Cotroceni, que a partir de entonces se empleó para realizar ejercicios militares, para la fabricación de armamento y para el acantonamiento de nuevos reclutas.

Desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX, la zona se pobló de campamentos militares - estacionándose principalmente regimientos de caballería y artillería - junto a campos de instrucción, depósitos de forraje y viviendas militares (cuyos vestigios todavía pueden observarse junto a la Iglesia Razoare, muy cerca de las instalaciones del 30 Regimiento de la Guardia Mihai Viteazul, el último que se ha mantenido en pie en el barrio). A principios del siglo XX se construyó también aquí un aeródromo desde donde, el 17 de junio de 1910, despegó el pionero de la aviación, Aurel Vlaicu, en un avión construido por él mismo.

En la imagen, una fotografía de Drumul Taberei del año 1964, cuando la mayor parte de los campamentos militares habían ya desaparecido, dando lugar a un nuevo y moderno barrio obrero.

La calle Covaci

La calle Covaci

En mi última entrada hice referencia a un vecino de la calle Covaci, muy cercana a la tétrica cruz levantada sobre los restos de la Iglesia de San Antón. El nombre de la calle es el tributo de la ciudad a las habilidades del gremio de herreros, que antaño desarrollaba sus actividades en esta vieja vía. La palabra rumana covaci es una reminiscencia de la palabra eslava kovaci (herrero).

La calle Covaci, aunque breve, tiene una historia egregia. El poeta rumano por excelencia, Mihai Eminescu, trabajó como redactor-jefe en la sede del periódico Timpul, situado en el número 14 de la calle, junto al Viejo Café. Sumido en el ambiente crápula y despreocupado del centro de Bucarest, escribió por esos años sus famosas Cartas, mientras en el número 15 nacía el escritor vanguardista, Ion Minulescu, que con sus obras poéticas revolucionaría el género cultivado por Eminescu.

El número 3 de la calle Covaci debiera ser un lugar de obligada peregrinación para todo rumano de buen yantar pues allí abrió sus puertas el restaurante “La Iordache”, de cuyas cocinas salieron las legendarias mititei, un clásico de la gastronomía rumana.

Los depravados príncipes de la Vieja Corte, de Matieu Caragiale, pasaron sus noches etílicas y de desenfreno en la calle Covaci, mientras contemplaban cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor al tiempo que entraban en una de las páginas más gloriosas de la literatura.

Grandes artistas del panorama cultural rumano de finales del siglo XIX y principios del XX se reunían en los restaurantes y los cafés de la calle Covaci. Escritores como Ion Luca Caragiale o George Raneti o músicos como George Enescu disfrutaban del ambiente disoluto de la taberna de Elefterie Ionescu, en el número 11, o se abastecían en el pequeño colmado del griego Papadopoliu. Cuando el bolsillo lo permitía, los bohemios se juntaban en el popular restaurante de Nicolae Rădulescu, abierto en el número 20, que atraía a los paseantes con el olor de su barbacoa, siempre encendida, y los acordes de la música tradicional rumana. En la esquina de la calle Covaci con la Plaza de San Antón, entonces Plaza de las Flores, se levantaba desde 1781 el Viejo Café, emblemático lugar de reunión de muchos bucarestinos, donde disfrutaban de un café humeante y una pipa de agua mientras comentaban las últimas noticias y discutían sobre política.

Después de años de abandono y olvido, hoy la calle Covaci ha recuperado parte de su viejo encanto gracias a curiosos bares como el Atelierul Mecanic, a pinacotecas como el Bruno Wine Bar y a modernos establecimientos como el Absinteria Sextina, que con el reclamo de la bebida bohemia por excelencia, trata de devolverle también aquel entrañable toque tarambana de principios de siglo.

La leyenda de las atormentadas almas de la iglesia de San Antón

La leyenda de las atormentadas almas de la iglesia de San Antón

Los turistas que pasean por el bullicioso centro de Bucarest y, posiblemente, una buena parte de los lugareños, ignoran el origen de una cruz sobre un pedestal, rodeada de un muro bajo de ladrillo, que se alza en la Plaza de Sfântul Anton, muy cerca de la Iglesia Principesca de la Corte Vieja y de Hanul lui Manuc.

En 1735, en el lugar delimitado hoy por la pared, se levantó la Iglesia de Sfântul Anton sobre las ruinas de un antiguo templo destruido por los turcos de Sinan Paşa en 1595. La iglesia era de dimensiones reducidas y, con el paso del tiempo, se la acabó conociendo como Iglesia de la Cárcel, por levantarse junto a los muros de un viejo arsenal reconvertido en prisión por el príncipe Constantin Brâncoveanu (a modo de curiosidad, en un documento de 1770, se denomina a este edificio "Puşcărie Domnească", es decir, Cárcel Principesca, siendo el primer texto en lengua rumana en el que aparece la palabra puşcărie).

El 23 de marzo de 1847, día de Pascua, se declaró un terrible fuego en Bucarest que devastó todo el centro, destruyó centenares de edificios, tiendas, posadas y varias iglesias. La Iglesia de Sfântul Antón tampoco se salvó de la quema. El incendio avanzó tan rápido que pilló desprevenidos a los fieles que asistían al servicio religioso. Las llamas rodearon el templo, pronto alcanzaron el techo y éste acabó derrumbándose sobre el grupo de desdichados. Cuando el fuego se extinguió y pudieron retirarse los escombros, salieron a la luz decenas de cuerpos carbonizados que fueron enterrados en una fosa común en el mismo lugar que los vio morir.

Tras la catástrofe, pronto empezaron a extenderse historias entre los vecinos sobre apariciones espectrales, gemidos fúnebres y espíritus afligidos que vagaban entre las sombras de la plaza. El miedo fue progresivamente en aumento, las visiones se sucedían y el pánico asomó entre la población del Centro Viejo por lo que, en 1860, las autoridades permitieron que se levantase la cruz que hoy todavía puede verse en la plaza de Sfântul Anton para “proteger al lugar de cualquier impureza”. 

Hace exactamente un año, el periódico Ring recogía las declaraciones de Constantin Ghepeca, un anciano vecino de la cercana calle Covaci, que afirmaba que había visto merodear a unos perros vagabundos por la desventurada plaza y abandonar el lugar con huesos humanos en sus fauces.

La leyenda de las atormentadas almas de la iglesia de San Anton continúa.

Imagen tomada del periódico digital, Libertatea.

Orígenes y evolución del alumbrado público de Bucarest

Orígenes y evolución del alumbrado público de Bucarest

Por pura deformación profesional, no puedo evitar fijarme siempre en el alumbrado público que ilumina las noches de las ciudades que visito y Bucarest no podía ser una excepción. Actualmente, el sistema de alumbrado público de Bucarest se asemeja al de cualquier ciudad europea. Lejos quedan aquellos días de oscuridad de finales de los años 80, cuando el tirano Ceaușescu sumió a la ciudad en las tinieblas en un vano intento de recortar costes de un régimen en franca decadencia.

No fue hasta principios del siglo XIX cuando los bucarestinos vieron por primera vez un espacio público iluminado por algo más que la luz de la luna y las estrellas. La petición fue formulada por un grupo de boyardos que, en una carta dirigida al príncipe fanariota de Valaquia, Ioan Gheorghe Caradja (1812 – 1818), solicitaban: “… que entre el puente de Mogoșoaia y la Corte Vieja, a ambos lados de la carretera y a una distancia de cada siete casas, se levanten postes con un farol que contenga una luz que se encienda cada noche”. A pesar del indudable avance que supuso esta nueva vía iluminada, los vecinos pronto protestaron al recibir una factura mensual de de 32 parales (1 leu de la época estaba dividido en 40 parales, aunque esta medida no fue establecida oficialmente hasta mediados de siglo) para mantener las nuevas instalaciones.

Para iluminar el resto de caminos por los que transitaban, los boyardos empleaban un método tan ancestral como rudimentario. Un grupo de gitanos corría frente al lujoso carruaje (butca) de su señor, portando en sus espaldas una especie de parrilla metálica (masalaua) en la que se colocaban unas antorchas untadas con aceite. A lo largo del camino, iban reponiendo las antorchas que se consumían mientras corrían frente los caballos “dejando una estela de luz roja y humo negro”, según escribió el diplomático Gheorghe Cruţescu, en su libro Podul Mogoşoaei.

Otro método rústico de iluminación lo constituían las pantallas hechas con piel de oveja o de cabra que “bien seca y extendida, proyectaban la luz de una lámpara de sebo” colocada en las puertas de la ciudad. En otras puertas se utilizaban unas teas denominados “poponeți”, constituidas por un manojo de trapos, untado en aceite y colocado colgando en el extremo de un poste, bajo el cual se instalaban grandes recipientes con tierra (cenace) para evitar incendios.

Posteriormente, todas estas tecnologías tradicionales fueron sustituyéndose progresivamente por linternas de cristal, que empleaban aceite de colza como combustible. La introducción del petróleo como fuente de energía, a mediados del siglo XIX, convirtió a Bucarest en una ciudad sumida en la penumbra en una urbe pionera en el uso de nuevos métodos para iluminar sus calles.

En 1861, un año antes de convertirse en la capital de los Principados unidos de Moldavia y Valaquia, Bucarest disponía ya de una red de alumbrado con lámparas de gasolina, adelantándose a ciudades como París o Berlín. Diez años después, las calles se iluminaban con gas y en 1882 llegó la electricidad a la ciudad. A pesar de las críticas publicadas en periódicos como L’Indépendance Roumaine, las primeras instalaciones eléctricas se ubicaron en el Palacio Real - alimentado por una central construida ad hoc, a través de una línea de corriente continua de 2 kV -, en el Palacio de Cotroceni, en el Teatro Nacional y en el Parque Cișmigiu.

Finalmente, todos en Bucarest acabaron sucumbiendo al poder de la electricidad y un tiempo después, el famoso periodista de la época, Mișu Ion Văcărescu, redactor en L’Indépendance Roumaine, escribía: “Por las tardes íbamos a Eldorado, la mejor fiesta veraniega de la ciudad, donde el jardín no tenía suficiente luz natural y la luz eléctrica brillaba con toda su fuerza”.

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: 13 Septembrie

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: 13 Septembrie

El nombre del barrio llamado 13 de Septiembre (13 Septembrie) proviene de la fecha de la batalla de la colina de Spirea (Dealul Spirii), que tuvo lugar el 13 de septiembre de 1848, muy cerca de donde hoy se levanta el imponente Palacio del Parlamento.

La batalla de la colina de Spirea fue la última que libraron tropas rumanas contra el ejército otomano en territorio rumano y se enmarca en la revolución nacionalista de corte liberal que estalló en 1848 en los principados rumanos y en Transilvania.

Durante la batalla, entre las tropas rumanas destacó la actuación de una compañía de bomberos dirigida por el capitán Pavel Zăgănescu, que se enfrentó con enorme valentía a la infantería turca del comandante Kerim–Pașa. A pesar de todo, tras casi tres horas de combates, los otomanos vencieron a los rumanos, sepultando así temporalmente sus aspiraciones nacionales.

El 13 de septiembre es el Día de los Bomberos en Rumania y para recordar la hazaña del capitán Zăgănescu, frente al hotel Marriott de Bucarest, en un extremo del barrio 13 Septembrie, se levanta un monumento a los héroes de aquella batalla inaugurado en 1901.

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Copiando, que es gerundio

Copiando, que es gerundio

Hace un par de años escribí sobre unos curiosos lugares, anunciados como “oficinas de copia de documentos”, en los que añosos dactilógrafos teclean apresurados los más variados documentos en vetustas máquinas de escribir.

En una época gobernada por las impresoras, me parecía un oficio caduco, sin embargo, la cola frente a este establecimiento me obliga a corregir mi error. Muchos son los documentos que las precarias autoridades rumanas obligan a presentar mecanografiados en añejos formularios: matriculación y compraventa de vehículos, solicitudes de asistencia al examen de conducir, cualquier solicitud que afecte a modificaciones en el carnet de conducir, solicitudes de patentes, solicitudes para la celebración de una boda civil, registros de nuevas marcas, etc.

Por las largas colas frente a las máquinas de escribir los conoceréis.

Hoy, volviendo a casa

Hoy, volviendo a casa

Yo votaré a Nicusor Dan

Yo votaré a Nicusor Dan

El próximo domingo, 10 de junio, se celebrarán elecciones locales en Rumanía por lo que, desde hace semanas, Bucarest se ha llenado con infinitos carteles y otras tantas caras y mensajes de la gañanería política autóctona.

A pesar de mi escepticismo general hacia la clase política rumana, me he interesado profundamente por estas elecciones pues como miembro de un país de la UE, mayor de edad, con domicilio en Rumania y llevando aquí más de tres meses, tengo derecho a voto y he decidido ejercerlo.

No quiero votar a ciegas, así que he pedido a mis compañeros de oficina que, antes de condenarla al fondo del cubo de basura, me traigan cuanta propaganda electoral caiga en sus manos. De este modo, tengo ahora un montón de papeles de colorines sobre la mesa que diariamente estudio para formarme un criterio útil que me ayude a decidir mi voto.

Una de las primeras sorpresas ha sido que, al vivir en Bucarest, dispondré de cuatro papeletas de voto para elegir al Alcalde general, al Consejo General del Municipio de Bucarest, al Alcalde del sector 5 y al Concejo local del sector 5, comprendiendo así la cantidad de candidatos que se presentan a estas elecciones.

Mentiría si negase que la propaganda electoral me ha ayudado a decidir, pues después de analizar detenidamente los distintos folletos, flyers y revistillas, ahora tengo claro a quien no votaré. Desde que socialistas (PSD) y liberales (PNL) se uniesen para derrocar al lamentable gobierno del Partido Democrático Liberal (PDL), han formado una coalición (USL) para participar también en estas elecciones, sin embargo, se trata de un acuerdo antinatura al que no le doy más que unos meses de vida y, por tanto, no puedo apoyar. Por otro lado, sus mensajes electorales se basan sólo en ataques al antiguo partido de gobierno, en vagas promesas con escaso contenido y el tirón de personajes como Piedone, el enorme y popular alcalde del sector 4 (fotografía, a continuación).

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La ineficiencia y la cleptocracia impuesta por el PDL en los últimos años me alejan sus candidatos, que se postulan al ayuntamiento de Bucarest con propuestas como podar los árboles de los jardines particulares de los bucarestinos, imponer cubiertas verdes en los edificios al estilo de lo que se ha hecho en Dubai – un obsesivo ejemplo para los demócratas-liberales -, eliminar señales de tráfico “inútiles” (en una ciudad sometida a un caos de tráfico brutal) o “poner una sonrisa en la boca” de los bucarestinos (será, más bien, una mueca de repugnancia ante sus continuos desmanes). A continuación, la imagen de campaña del candidato del PDL, Mihai-Marian Bazgan, un antiguo jugador de rugby cuyo mensaje es: "Soy un candidato con el físico de un jugador de rugby y el alma sensible de un amante de las flores"

Bazgan

Por su naturaleza más que dudosa, la Unión Nacional para el Progreso de Rumanía (UNPR), formada en 2010 por tránsfugas socialistas y liberales para apoyar al tan insigne como incompetente y autoritario presidente Basescu, se ha autoexcluido desde su nacimiento para recibir mi voto. Lo mismo ocurre con el Partido del Pueblo – Dan Diaconescu (PP-DD), cuyas propuestas son inexistentes y basa todo su programa en el ataque al resto de candidatos y en el populismo del controvertido periodista que da nombre al partido.

Estando así las cosas, he decidido dar mi voto a Nicusor Dan - en la fotografía que encabeza esta entrada -, un joven independiente, con sólida formación universitaria, que lleva años al frente de la asociación  Salvati Bucurestiul (Salvad Bucarest), que se ha enfrentado con éxito al ayuntamiento en numerosas ocasiones para preservar el riquísimo patrimonio de la ciudad y evitar sus desmanes urbanísticos y que defiende un Bucarest medioambientalmente más sostenible, con menos coches por las aceras y más transporte público. El Sr. Dan es un candidato que ha demostrado conocer bien la Historia y la Arquitectura de la ciudad – conocimientos que valoro profundamente -, que ofrece soluciones razonables a los problemas habituales de sus ciudadanos (como, por ejemplo, facilitar el acceso de los bucarestinos a los productos agrícolas de los pequeños productores de los alrededores de la ciudad) y que ha recibido el apoyo de las más importantes asociaciones culturales de la ciudad, así como de buena parte de los intelectuales y de la sociedad civil más concienciada y activa de Bucarest.

Alea iacta est.

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: Ferentari y Berceni

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: Ferentari y Berceni

Se dice que el origen del nombre del barrio con peor reputación de Bucarest, Ferentari, proviene de la palabra latina ferentarius, nombre de un soldado romano que, además de disparar con honda, repartía nuevas armas a aquellos que perdían las suyas durante el combate. Para reafirmar esta teoría, se ha escrito que en esta zona de la ciudad se situó un campo de entrenamiento de los ferentarios del ejército del voivoda Mihai el Valiente, a finales del siglo XVI, sin embargo, la realidad es que, durante la Edad Media, no hubo ningún cuerpo militar integrado exclusivamente por ferentarios y que la propia palabra ferentarius fue un préstamo literario que no apareció hasta el siglo XIX.

Como en el caso del barrio de Berceni, el nombre de Ferentari proviene de un curioso episodio de la historia de Transilvania. A principios del siglo XVIII, el noble húngaro Francisco (Ferenc) Rákóczi II, príncipe de Transilvania, lideró junto a su leal amigo, el conde Miklós Bercsényi, una sublevación para conseguir la independencia de Hungría de los dominios de los Habsburgo. La guerra se complicó con los dos grandes conflictos bélicos que asolaron Europa en esos años, la Guerra de Sucesión Española y la Gran Guerra del Norte, y terminó con la derrota de los independentistas húngaros en la batalla de Trencín (1708). Francisco Rákóczi II se exilió primero a Polonia – donde se le ofreció la corona del país -, después a Francia para, finalmente, aceptar la invitación del Imperio Otomano a instalarse en Tekirdag, una ciudad junto al Mármara.

En su camino al exilio, el príncipe y su séquito pasaron por Bucarest e incluso levantaron un campamento al sur de la ciudad, durante un muy breve período. Es posible que algunos de los que acompañaban al noble húngaro se instalasen definitivamente aquí y que bautizasen el lugar con el nombre de su señor, Ferenc, de donde derivaría el nombre de Ferentari, o quizás los lugareños, poco acostumbrados a este tipo de visitas, nombrasen de este modo al lugar en recuerdo de tan egregio caballero. Es sólo una hipótesis, sin embargo, se ve reforzada por el hecho que el barrio de Berceni, situado junto a Ferentari, recibe su nombre del campamento de húsares que allí levantó al mismo tiempo el conde Bercsényi, inseparable compañero de armas de Francisco Rákóczi II, en su travesía a tierras turcas.

Encabezando esta entrada, una imagen del barrio de Ferentari en 1953.

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: Titan-Balta Albă

El origen de los nombres de los barrios de Bucarest: Titan-Balta Albă

Viendo un plano de la ciudad de Bucarest, me preguntaba hace poco sobre el origen de los nombres de los barrios que conforman la ciudad así que me lancé a investigar un poco. Como los resultados han sido sorprendentes, me propongo dedicar más de una entrada a este asunto.

La historia de Balta Albă es bastante tétrica. Entre 1813 y 1814, un brote de peste bubónica asoló la ciudad de Bucarest. La epidemia, bautizada como plaga de Caragea en honor al príncipe fanariota que gobernaba entonces Valaquia, mató a unas 25.000 personas, cuyos cadáveres eran trasladados masivamente a un gran hoyo situado a las afueras de la ciudad y cubiertos de cal. Las fuertes lluvias acabaron por formar un lago en el hueco ocupado por los cadáveres y el agua se tornó blanca debido a la macabra mezcla de cal y cadáveres descompuestos. Este escatológico lago dio el nombre al barrio que allí surgió después, literalmente Poza Blanca (Balta Albă).

En 1912, en esta zona se fundó la modernísima fábrica de cemento Titan (hoy desaparecida), con un enorme horno rotatorio de 2,5 metros de diámetro y 50 de longitud que producía 100 toneladas de cemento diarias. Su impacto para los vecinos de la ciudad fue tal que acabó rebautizando el barrio como Titan-Balta Albă.

Encabezando esta entrada, collage con una fotos propagandísticas del "Barrio de los hombres trabajadores", Titan-Balta Albă, probablemente de los años 60 y 70.

Monumento a las víctimas del Holocausto en Rumanía (Bucarest)

Monumento a las víctimas del Holocausto en Rumanía (Bucarest)

En una superficie de casi 3.000 metros cuadrados se levanta, desde octubre de 2009, el Monumento a las víctimas del Holocausto en Rumanía o, lo que es lo mismo, a los 300.000 judíos y romi (gitanos) asesinados en Rumanía durante la Segunda Guerra Mundial.

Se trata de un monumento, cuanto menos, polémico, tanto como el mismo hecho que conmemora pues no podemos olvidar que, hasta el año 2004, todavía había políticos en Rumanía que dudaban públicamente de las matanzas deliberadas ocurridas durante la guerra.

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Situado entre el río Damboviţa y el Ayuntamiento de la ciudad, el monumento diseñado por el escultor rumano Peter Jacobi incluye un memorial, una estrella de David, una Vía Dolorosa, una rueda de los romi – que evoca a la que contiene la bandera romi - y un monolito metálico de 20 metros de altura.

De acuerdo con declaraciones del propio autor, el memorial, una especie de sobrio bunker semienterrado, con una larga placa metálica en su interior que incluye los apellidos de algunos de los asesinados, pretende recordar cómo los judíos y los gitanos tuvieron que resistir ocultos el acoso de las autoridades rumanas. Un par de vitrinas con lápidas judías procedentes del cementerio de Bucarest de la calle Sevastopol, destruido entre 1942 y 1944, y algunas placas con explicaciones rodean este singular edificio. La Vía Dolorosa, formada por placas de granito esculpidas y dispuestas como traviesas de una vía férrea, rememora las deportaciones a los capos de exterminio. Finalmente, la rueda de los roma es una escultura circular de hierro de 2,8 metros de diámetro que pretende inmortalizar la migración de los gitanos desde la India a Europa.

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Independientemente de su discutida estética, el Monumento a las víctimas del Holocausto en Rumanía es un lugar imprescindible para recordar un triste capítulo de la historia del país que no debe ser olvidado y, ni mucho menos, puesto en duda, aunque algunos se empeñen en hacerlo.