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Bucarestinos

El gran incendio de 1847

El gran incendio de 1847

A lo largo de su historia, Bucarest se ha visto sacudida por múltiples catástrofes, desde asoladores conflictos bélicos y epidemias hasta destructivos terremotos e inundaciones, sin embargo, los incendios que periódicamente asolaban la ciudad han dejado huellas que todavía hoy pueden identificarse en el casco antiguo y que han marcado su desarrollo urbanístico y arquitectónico. 

 Durante siglos, Bucarest sufrió devastadores incendios. El uso extendido de la madera y de materiales ligeros en la construcción de edificios facilitaba que ciertos sectores de la ciudad fueran pasto de las llamas. El siglo XIX se inauguró con un incendio que destruyó la corte principesca y sus alrededores, calamidad que precedió al desbordamiento del río Dîmbovița, en un intento de los elementos de compensar su fuerza destructiva.

A pesar de todo, el incendio más demoledor que sufrió Bucarest a lo largo del siglo XIX fue el que se inició en la tarde del 23 de marzo de 1847. Aunque las versiones sobre el inicio del fuego difieren según quien las cuente, todos los autores sostienen que el culpable fue un niño llamado Costache Filipescu, hijo de un boyardo que ostentaba el cargo de llavero mayor de la ciudad. Al parecer, el zagal tenía la costumbre de rellenar con pólvora las enormes llaves huecas bajo custodia del padre. Introducía después en el orificio un clavo y golpeaba la cabeza contra una superficie dura, lo que provocaba una deflagración, la alegría del gamberro y la admiración de sus amigos.

Aquel aciago día, mientras los bucarestinos ultimaban los últimos detalles para recibir a la cercana Pascua, Costache armó su improvisado artefacto y salió a la calle en busca de una superficie adecuada donde causar el máximo estruendo. Desafortunadamente, el chiquillo decidió emplear un enorme barril aparentemente abandonado en el jardín de su casa, junto a los terrenos de la iglesia de San Demetrio. El tonel contenía combustible y cuando se produjo el estallido, las chispas prendieron los chorretones que manchaban su superficie. Las llamas, empujadas por el viento, rápidamente alcanzaron la cercana iglesia y la enorme casa de la familia, extendiéndose imparables hacia el este a lo largo de varios kilómetros.

El balance del incendio fue terrible. La enorme lengua de fuego arrasó total o parcialmente 1.850 edificios, destruyó 1.142 locales comerciales, 10 posadas y 12 iglesias. Una cuarta parte de la ciudad se vio seriamente afectada y los daños fueron valorados en 100 millones de lei de aquella época, una suma ciertamente astronómica. A pesar de la triste desaparición de edificios de inspiración otomana, característicos de las ciudades balcánicas, el formidable solar provocado por el incendio facilitó la construcción de bellísimos inmuebles de estilo historicista francés que sentaron las bases de la ciudad que sería conocida como la Pequeña París del Este.

Puede que el lector se pregunte qué fue de Costache Filipescu. El desdichado niño sobrevivió al incendio, sin embargo, murió de tisis a los 14 años en una residencia en Génova, donde su familia lo había enviado para que se recuperase de su enfermedad.

1 comentario

Luis. -

Supongo que el chaval, pobrecito, se dejaría el bigote para pasar desapercibido en la ciudad.