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Bucarestinos

Museo de la Aviación

Museo de la Aviación

Probablemente uno de los museos más desconocidos e interesantes de Bucarest sea el Museo de la Aviación, situado en el número 2 de una calle con nombre tan evocador como Fábrica de Glucosa.

 

El museo tiene una parte al aire libre y dos hangares que demuestran lo muy orgullosa que está Rumania de los pioneros del aire que ha aportado a la historia de la Humanidad. Aurel Vlaicu, Smaranda Brăescu o Henri Coandă, entre muchos otros, están representados allí, junto a fotografías, dibujos, explicaciones – desgraciadamente sólo en rumano - pinturas, dioramas y aparatos voladores de todo tipo.

 

Mención especial merece el museo al aire libre, donde descansan decenas – no demasiadas – de aviones civiles y militares así como helicópteros, desde un MIG-15 de principios de los 50 hasta el MIG-29 de finales de la Unión Soviética, calcado al F-14 norteamericano que popularizó la película Top Gun. El visitante puede pasear entre ellos libremente, tomar fotografías o entrever la cabina del piloto, aunque las inclemencias del tiempo están pasando factura a alguna de las máquinas que se exponen.

 

Muy al fondo del gran jardín, como intentando pasar desapercibido, se haya la pieza más interesante - desde un punto de vista histórico - de la exposición: se trata del helicóptero que trasladó a Ceauşescu desde la sede del Comité Central del Partido Comunista Rumano en Bucarest hasta Snagov cuando estalló la Revolución en la capital. No hay ningún cartel que lo indique, aunque un amable guardia, que nos acompañó durante el paseo, nos lo enseñó muy orgulloso. Es una pena que se haya abandonado de este modo a una parte de la Historia rumana pues bien merecería una restauración y un lugar protegido en el hangar principal junto a algún vídeo explicativo del dramático momento que se vivió a finales de diciembre de 1989 en Rumania.

100111_Huida Ceausescu en helicóptero

 

Sea como fuere, este museo bien vale una visita y así lo demostraron los enanos, que disfrutaron un montón subiendo a las cabinas de los aparatos de guerra y paseando por la exposición (aunque a Matida le diesen algo de miedo los maniquíes vestidos de piloto). Lástima la cantidad de perros sueltos que vagan por la exposición al aire libre y que los guardias tuvieron que ahuyentar armados con palos. César y yo hemos prometido una nueva visita pues quedó mucho en el tintero.

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