Bucarest: desde principios del siglo XVIII hasta la batalla de la colina de Spirea (1848)
Siguiendo con la serie de post dedicados a Bucarest, retomo el hilo de su historia a principios del siglo XVIII, un momento decisivo para la ciudad en particular y para Rumania en general.
El asesinato en Estambul del voivoda Constantin Brancoveanu y de toda su familia marcó el inicio de la Época Fanariota en Rumania. Durante demasiados años los estados vasallos de Moldavia y Valaquia se habían levantado ante el Imperio Otomano, normalmente aliados con el Imperio Ruso y ocasionalmente con el Imperio de los Habsburgo, así que los turcos decidieron poner al frente del gobierno de ambos reinos a gobernantes de origen griego cuyas familias tenían gran influencia ante la Sublime Puerta, apartando así del poder a los nobles locales.
La época fanariota se caracterizó inicialmente por políticas fiscales excesivas, debidas a las necesidades otomanas y a las ambiciones de algunos de los gobernantes, sin embargo, sus efectos negativos se vieron en ocasiones compensados por logros y proyectos como la abolición de la servidumbre promulgada por Constantine Mavrocordatos (1749) o la moderna ley de control de los funcionarios públicos de Alejandro Ypsilantis que consiguió minimizar la corrupción.
Bucarest sufrió en aquellos años el hecho de ser una ciudad en el frente de batalla entre austriacos, rusos y turcos. Fue ocupada por tropas habsbúrgicas en los años 1716, 1737 y 1789 y otras tantas veces por ejércitos rusos antes de 1806. Los pillajes e incendios a los que se vio sometida durante la guerra convirtieron la vieja Corte Principesca de Vlad Tepes en un lugar prácticamente abandonado y en ruinas, aunque ello no impidió que en la ciudad también se levantasen bellos edificios como la iglesia Stavropoleos o la iglesia Kretulescu.
El 28 de mayo de 1811 se firmó en la posada de Hanul lui Manuc (hoy en proceso de rehabilitación) el tratado de paz entre Rusia y Turquía que abrió un breve período de tranquilidad para los bucarestinos. Tras la nueva guerra ruso-turca de 1829, la ciudad quedó bajo administración rusa y su gobernador, Pavel Kiseleff (aquél que da nombre al parque al que solemos ir con los niños, uno de los más bonitos y mejor dotados de columpios de Bucarest), realizó un gran esfuerzo para impulsar su reconstrucción y mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Así, en 1831 se promulgó el Estatuto Orgánico a partir del cual se trazaron y pavimentaron nuevas calles, se levantaron bellos edificios, se perfeccionó el sistema de canalización de agua y se mejoró la higiene pública (medida que evitó la reaparición de enfermedades como la Plaga de Caragea, que había causado unos 25.000 muertos en 1813).
Desgraciadamente, el 23 de marzo de 1847 se declaró un incendio en Bucarest que destruyó 2000 edificios y dejó una tercera parte de la ciudad en ruinas. Sólo un año después, la ciudad volvió a sufrir una sacudida cuando estalló la Revolución de 1848. La batalla de la colina de Spirea (lugar donde hoy se levanta la Casa Poporului) acabó momentáneamente con las aspiraciones nacionalistas de los rumanos, sin embargo, la revuelta puso las bases a un movimiento que culminó con la elección del príncipe Alexandru Ion Cuza como rey de moldavos y válacos en 1859. A pesar estas turbulencias políticas, en 1850 se diseñó el Parque Cismigiu, el preferido hoy por los habitantes de la ciudad, y se construyó el Teatro Nacional (ver post del 25/04/2009 titulado El antiguo Teatro Nacional de Bucarest).
Ilustrando este post, una imagen de Bucarest en 1837.
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Luis -