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La Pascua en Bucovina: símbolos pascuales (y VIII)

La Pascua en Bucovina: símbolos pascuales (y VIII)

Como he ido indicando en las entradas que he dedicado a la Pascua en Bucovina, su celebración está cargada de simbolismo cristiano trufado de alusiones paganas relacionadas con la actividad agrícola y ganadera (el sauce, la luz, la limpieza ritual, el número tres, etc.) 

A pesar de todo, en este contexto, es necesario destacar cuatro símbolos que destacan por su especial importancia y su significado:

Huevo: como contenedor de la potencia germinal, que evolucionará hasta formas diferenciadas de vida, el huevo ha sido relacionado desde la Antigüedad con la fecundidad y, consiguientemente, con la regeneración y la resurrección. La tradición de los huevos de Pascua, de origen precristiano, es una reminiscencia de las ideas de regeneración periódica, coincidente con la primavera. Inicialmente, los huevos se pintaban exclusivamente de color rojo, tinte relacionado con la sangre de Cristo, aunque en la actualidad se emplean distintos colores.

En Bucovina, existe la ancestral tradición pascual, de origen ucraniano, de pintar los huevos con filigranas, temas y motivos diversos, dependiendo de cada comunidad, técnica principalmente femenina que se traslada de generación en generación entre los miembros de una misma familia.  

Cordero: simboliza la perfecta pureza, la bondad sin mácula, por lo que se ha convertido en la víctima sacrificial por excelencia. Ambos antecedentes convirtieron al cordero en símbolo de Cristo, como suprema víctima, el Inocente que se ofrece al sacrificio en redención de las culpas del hombre. San Juan Bautista definió a Jesús como el “Cordero de Dios” y así pasó a la iconografía cristiana, especialmente cuando se quiere evitar la figura del Crucificado.

Pescado: es un símbolo acuático, de vida, fecundidad y sabiduría. El pez fue uno de los más antiguos símbolos del cristianismo y el mismo Cristo definió a los Apóstoles como “pescadores de hombres”. Junto a la unión con la figura de Cristo, el pescado simboliza el bautizo con agua, la vida y el alimento espiritual.

Cruz: símbolo total, intersección de la vertical con la horizontal. La adopción de este emblema por parte del cristianismo responde al sacrificio de Cristo pero, al mismo tiempo, constituye el motivo místico y visible de la unión del cielo y la tierra, centro de la historia de la salvación y, de algún modo, centro del mundo.

 

La Pascua en Bucovina: celebraciones de fin de Pascua (VII)

La Pascua en Bucovina: celebraciones de fin de Pascua (VII)

El final de la Pascua se celebra con una gran mesa festiva que reúne a toda la familia, desde los más ancianos a los más jóvenes.

La mesa está espléndidamente servida, con aperitivos, sopas, carne a la brasa, especialmente de cordero, el típico sarmale (carne picada y arroz envueltos en hojas de col), dulces y bebidas, incluyendo algunas bebidas alcohólicas. La comida se abre cuando el más viejo choca un huevo pintado contra otro que tiene su esposa, mientras le dice “Christos a înviat!” Después, repetirá el choque y la invocación con el resto de los presentes y todos ellos comerán su huevo antes de probar el resto de los manjares. La comida familiar siempre es un motivo de alegría, dejando atrás la solemnidad de las celebraciones religiosas y los rigores del invierno.

Por la tarde, se celebra en la iglesia una última ceremonia de agradecimiento, denominada Vecernia, a la que muchos paisanos asisten vestidos con sus trajes populares. Mientras, los más pequeños de la casa visitan a sus vecinos y, al grito de “Christos a înviat!”, son obsequiados con más huevos pintados con los que jugarán “a chocar”.


El Domingo de Resurrección termina en familia, con tranquilidad y descanso (liniște și odihna), y hasta tres días después no se reanudan las tareas del campo.

La Pascua en Bucovina (VI): Noche de Resurrección (Noaptea Învierii)

La Pascua en Bucovina (VI): Noche de Resurrección (Noaptea Învierii)

Hacia la media noche, la mayor parte de la comunidad se dirige a su parroquia, caminando en silencio, con una vela apagada en sus manos. En el templo les espera el sacerdote, que ya ha recibido la luz traída para la ocasión desde el Santo Sepulcro de Jerusalén. Como símbolo del triunfo de la vida sobre la muerte y de la luz divina, en recuerdo de la resurrección de Cristo y del fragmento 8:12 del evangelio de San Juan (Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida), empieza la ceremonia con una frase del párroco: “Veniți și luați lumină!” (¡Venid y tomad la luz!). Los fieles se acercan entonces al iconostario para encender sus velas y lentamente van saliendo de la iglesia.

Una vez toda la comunidad está reunida fuera, el párroco encabeza una procesión que, por tres veces, rodea el templo entre cánticos, entonados por un reducido grupo, que celebran la resurrección de Cristo. ¿Por qué se dan tres vueltas alrededor de la iglesia? Para la mayor parte de las culturas, el tres es un número perfecto que simboliza lo acabado y culminado. Es por este motivo que, a lo largo de la historia, muchas divinidades se presentan como tríada, reflejo de la perfección, la complejidad y la complementariedad, como en el caso de la Trinidad cristiana. Al final de la última vuelta, el sacerdote se detiene frente a la fachada de la iglesia y lee en voz alta el capítulo 28 del evangelio de San Mateo, que describe la resurrección del Mesías, en medio de un gran silencio. La ceremonia termina cuando el religioso dice “Christos a înviat!” y los presentes responden “Adevărat a înviat!”, abrazándose con alegría.


La mayor parte de los fieles regresan entonces a sus casas, con sus luces encendidas, aunque algunos permanecen en el interior de la iglesia celebrando la liturgia. Tradicionalmente, al llegar al hogar familiar, el cabeza de familia realizaba la señal de la cruz, con la vela encendida, sobre el dintel de la puerta, dejando allí una señal ahumada.

Hacia las 5 de la mañana, al alba, los creyentes se reúnen de nuevo junto a la iglesia habiendo llevado un gran cesto con las Pascas, los huevos pintados, pasteles diversos, carne de cordero, queso y otras viandas. Forman un gran círculo en el exterior del templo, iluminado por las velas encendidas en la anterior ceremonia, y el sacerdote, con ánimo alegre y menos solemne que horas antes, bendice los alimentos y desea feliz Pascua a todos los presentes. Un grupo, portando iconos procesionales, lo acompaña mientras entonan canciones que, de nuevo, celebran la resurrección de Cristo. La segunda visita a la iglesia es breve y la gente se despide feliz hasta el día siguiente.


La Pascua en Bucovina (V): Costumbres

La Pascua en Bucovina (V): Costumbres

La Semana Grande, última de la Pascua, está siempre precedida del Domingo de Ramos que celebra la entrada de Cristo en Jerusalén poco antes de su martirio. Hasta ese día, los fieles limpian con especial dedicación sus hogares, el menaje y toda su ropa y lencería. El aseo de la Pascua, que también incluye limpieza y decoración floral de las tumbas de los antepasados de la familia, es una actividad tradicional que simboliza la eliminación de las huellas invernales, pero también de la maldad y los sufrimientos, en espera de recibir la llegada de la primavera.

 El Domingo de Ramos, los fieles van a la iglesia con flores y ramas de sauce – en sustitución de las palmas que recibieron al Mesías en la Ciudad Santa, difíciles de encontrar en Bucovina – obtienen la bendición del sacerdote  y, cuando regresan a casa, las colocan junto a los iconos o en la puerta principal como elemento de protección. El Domingo de Ramos es un día de felicidad melancólica para los ortodoxos por lo que, antes de iniciar el ayuno de la Semana Grande, todavía está permitido consumir pescado y beber vino.

El lunes empieza la Semana Grande, en la que todos los creyentes se saludan con una fórmula tradicional que, en general, mantienen hasta el Día de la Ascensión, cuarenta días después del Domingo de Resurrección: Christos a înviat! (¡Cristo ha resucitado!), a lo que debe responderse, Adevărat a înviat! (¡Verdaderamente, ha resucitado!).

El Jueves Grande o Jueves Negro, las mujeres pintan huevos con colorantes naturales de plantas, preparados la noche anterior, y los colocan en un cesto, mientras explican a los niños las tradiciones y les cuentan viejas leyendas populares. En la cocina se preparan el cozonac - pan dulce de Pascua - y, sobre todo, la Pasca, un bizcocho con forma redonda, decorado con una cruz en su centro, frente al que suele recitarse una pequeña oración de invocación y buenos augurios: “Cruce-n casă/Cruce-n piatră/Dumnezeu cu noi la masă/Maica Precista pe fereastră!” (Cruz en casa/Cruz en piedra/Dios con nosotros en la mesa/¡La Purísima en la ventana!).


Los más devotos mantienen un ayuno total entre el Jueves Negro y el Domingo de Resurrección, alimentándose apenas con un poco de pan y agua. Durante esos días, en general, el ayuno es bastante severo para el resto de creyentes por lo que no está permitido comer carne, pescado, huevos, leche o productos lácteos.

El Viernes Grande, día de recuerdo de la crucifixión y muerte de Jesús, no se trabaja, abandonándose cualquier labor agrícola o ganadera. Por la tarde, las iglesias se llenan para participar en el oficio de difuntos (Prohodul Domnului), en el que se recitan unos largos versos que narran la pasión y muerte de Cristo.

El sábado, a primera hora de la tarde, cada familia enciende candelillas junto a las tumbas de su antepasados como símbolo de resurrección y, antes de partir hacia la iglesia para celebrar la Noche de Resurrección (Noaptea Învierii), los creyentes se acicalan a conciencia, lavándose con agua pura, recién extraída del pozo, en la que antiguamente se colocaba albahaca, una moneda de plata y un huevo pintado de rojo (según la tradición, “para ser sano como un huevo y puro como la plata”). Duermen un rato, se visten con ropa limpia y, si es posible, nueva y esperan tranquilos la hora de partir hacia el templo.

 

La Pascua en Bucovina: La iglesia (III)

La Pascua en Bucovina: La iglesia (III)

En Bucovina, tanto iglesias como monasterios son joyas arquitectónicas en las que podemos encontrar las señas de identidad del pueblo rumano y un reflejo de su vida espiritual y natural. Las iglesias contribuyen, independientemente de su estructura arquitectónica, a propagar el mensaje religioso, a mantener la memoria y a integrar la experiencia del hombre, tanto a nivel individual como colectivo.

 Más que en ningún otro edificio, la simbología que encierran las pinturas de los muros exteriores de las iglesias monacales de Bucovina forman un entramado simbólico de carácter religioso pero también histórico, económico e incluso jurídico que, como decía Caro Baroja, nos explican el funcionamiento de una cultura, sus mitos y creencias y nos permite recuperar su memoria.

Al mismo tiempo, estos impresionantes frescos son relatos que explican al espectador la doctrina cristiana, que facilitan su comunicación con lo trascendente y que le muestran, especialmente a través de composiciones como El Juicio Final, el poder de Dios y la inexorabilidad del destino.

La iglesia se convierte así en el lugar en el que el hombre, solo o en comunidad, busca significados, se reconforta y confirma unos ciertos códigos de relación y conducta a través de la contemplación, la invocación y la plegaria. De este modo, en los días previos a la Pascua, es habitual ver a los fieles escribir los nombres de sus difuntos en pequeños pedazos de papel para que más tarde, los sacerdotes, mediadores entre ellos y Dios, los recuerden durante la celebración de la misa y los tengan en cuenta durante sus plegarias. Durante la Cuaresma y la Pascua, el rito de lectura de nombres de difuntos durante la eucaristía de los sábados cobra especial trascendencia por su vínculo con la resurrección de Cristo y de las almas del Paraíso.

La Pascua es la celebración de la victoria de la luz, encarnada en Cristo, frente a la oscuridad de la muerte, conmemoración que coincide temporalmente con añejos ritos paganos que aclamaban el reinicio de la vida, asociado a un nuevo ciclo de fertilidad de la tierra, tras un prolongado período de penumbra y frío. En este contexto, la Pascua constituiría la lógica derivación en el mundo cristiano de un viejo rito de intensificación característico de una sociedad agrícola y pastoril.

 

La Pascua en Bucovina: La casa (II)

La Pascua en Bucovina: La casa (II)

Los momentos más importantes en la vida de un campesino de Bucovina están siempre relacionados con su hogar y con la iglesia, estructuras con sus propias funciones domésticas y espirituales. El bautizo de un recién nacido se realiza en la iglesia y la ceremonia continúa con una celebración en casa, donde todos los invitados beben, comen y ofrecen regalos al niño y a la madre. Algo parecido ocurre tras el fallecimiento de un vecino, cuando la familia regresa a su hogar para recibir y agasajar a aquellos que han ido a despedir al difunto. Las bodas se inician siempre en casa de la novia, donde el novio pide permiso a los padres para llevarla al altar, hasta donde son acompañados por una procesión de familiares y amigos que, tras la liturgia, se trasladarán a la casa de los padres del novio para el banquete nupcial.

La Pascua no es ajena a estos dos escenarios, en los que se desarrollarán la mayor parte de actividades relacionadas con su celebración. La típica granja de Bucovina generalmente incluye la casa principal frente a una gran puerta de madera donde habita la familia, un edificio menor donde suelen vivir los abuelos, un establo, un pajar, un cobertizo para los aperos, un pozo y una pequeña perrera.

La casa principal tradicional, de planta rectangular, suele estar articulada alrededor de la cocina, corazón del hogar que contiene la soba (cocina u hornillo de grandes dimensiones, normalmente decorado con azulejos de terracota, que sirve para cocinar los alimentos y para calentar la estancia) y donde la familia principalmente se relaciona, tiene un par habitaciones grandes – una para los padres y otra para los hijos pequeños - separadas por un discreto recibidor que incluye una pequeña despensa y, si cabe, las escaleras al piso superior.  Muchas casas tienen un porche abierto de tablones de madera, de influencia austriaca, que las rodea por tres o cuatro costados y que suele estar decorado con flores u hojas de parra trepadoras. Una serie de columnas, muchas veces esculpidas con motivos zoomórficos y antropomórficos, sostienen el alero de una techumbre muy empinada, hecha de tejas de madera, en la que suelen abrirse pequeñas ventanas con forma ocular que le dan un aspecto muy característico.  

En esta arquitectura es posible rastrear la memoria popular en multitud de símbolos que revelan huellas remotas, originadas en diversas realidades sociales, étnicas y psicológicas que han conformado el carácter y las tradiciones de la actual sociedad agraria bucovineana. Estas construcciones ponen en evidencia una forma de construir íntimamente ligada a creencias y prácticas colectivas asociadas a actividades agrícolas, ganaderas y artesanales, adaptadas así tanto al medio físico en que se ubican como a la actividad desarrollada por sus habitantes. Por otro lado, el uso en su construcción de materiales como la madera, la piedra, la tierra o la cal evidencia la concepción telúrica de esta arquitectura, expresión viviente del pasado, cargada de significado y profundamente respetuosa con su entorno.

La Pascua en Bucovina (I)

La Pascua en Bucovina (I)

Aunque estemos abocados hacia el verano y la Semana Santa sólo quede en el recuerdo, voy a dedicar una pequeña serie de entradas a la celebración de la Pascua en Bucovina donde, en los últimos años, nos hemos empapado de las tradiciones locales y que, por su significación, merecen un espacio en este blog.

Para la tradición cristiana, el nacimiento y la muerte de Cristo constituyen los momentos más trascendentales de la vida del Mesías, sin embargo, para la comunidad ortodoxa, cuya tradición es la más escatológica de las de todas las iglesias, la resurrección de Cristo y, por tanto, su victoria sobre la muerte, garantía de la salvación del hombre, es la más importante de las conmemoraciones litúrgicas.

En la región de Bucovina, al noreste de Rumania, la tradición de la Pascua se vive con especial intensidad, posiblemente debido a la enorme influencia de la gran comunidad monacal que puebla la región. En el seno de la población agraria ancestral de Bucovina, estructurada sobre el ciclo inexorable de la naturaleza, cualquier celebración trata siempre de combinar el curso de las grandes conmemoraciones religiosas con los momentos más relevantes de la vida de sus habitantes, de modo que nacimientos, bodas, fiestas, labores agrícolas, quehaceres o entierros tienen todos una fuerte componente espiritual. En un contexto así, es lógico que una fiesta de resurrección implique a toda la comunidad, a la propia tierra, y las renueve.

En la celebración de la Pascua es posible identificar viejos rituales atávicos de renacimiento simbólico, a través del sacrificio de Dios, que muere y resucita cada año como la propia naturaleza que envuelve a los creyentes. Durante la Semana de Pasión (Semana Grande), cuando Jesús fue torturado, humillado y crucificado, se alcanza una apoteosis del desorden comparable a la que se desata entre el Viejo Año y el Nuevo. Tras el milagro de la Noche de Resurrección (Noaptea Învierii), empieza la Semana Iluminada (Săptămâna Lumintă), reestableciéndose así el orden y la tranquilidad (ordinea şi liniştea) de la comunidad.

La Pascua significa algo más que algunas simples prohibiciones en la alimentación y en los hábitos diarios, es un tiempo de plegarias, de reflexión, de iluminación interior y de contemplación feliz del esplendor de un nuevo inicio, que el cristiano ve también  reflejado en el estallido de una exuberante Bucovina primaveral a la que se siente indefectiblemente unido. La resurrección es, de este modo, una noción intuida y desarrollada por el hombre sobre su experiencia de los ciclos naturales (astrales, vegetales, etc.) y el mito del eterno retorno

La cruz de la promesa de los bebedores de Vama

La cruz de la promesa de los bebedores de Vama

Existe una curiosísima tradición, exclusiva de un puñado de localidades de Bucovina entre las que se encuentra Vama, según la cual un grupo de personas adictas al alcohol levantaba un monumento en forma de cruz (crucea de jurământ a bețivilor) como señal de promesa para abandonar su vicio.

En lugares montañosos como Vama, en los que durante el crudo invierno se alcanzan temperaturas inferiores a – 25 ºC, las bebidas alcohólicas pueden ser de gran ayuda para resistir los quehaceres diarios en el exterior, sin embargo, un consumo porfiado puede degenerar también en una peligrosa adicción de terribles consecuencias.

A finales del siglo XIX, ante los problemas sociales que causaba la bebida, se convirtió en una costumbre prometer ante un sacerdote, con la mano derecha sobre la Biblia, que durante un cierto período de tiempo, que podía alargarse de por vida, el borrachín no acercaría ni una gota de alcohol a sus labios. Mientras las campanas atronaban en todo el pueblo – en ocasiones acompañadas del sonido del tradicional bucium e incluso de algún tiro al aire -, el párroco formalizaba el acto con la lectura de unas oraciones especiales (molitfele) escritas por el obispo de Cesarea, San Basilio el Grande, que según la Iglesia Ortodoxa tienen poder exorcizador. Aunque pueda parecer exagerado, en los monasterios de Bucovina todavía hoy es fácil encontrar un pequeño opúsculo titulado Fugiti de sarpele betiei! (¡Huid de la serpiente de la bebida!), en el que se relaciona el vicio de beber con el mismísimo diablo. 

En ocasiones, con el fin de sellar su promesa y de servir de ejemplo a la comunidad, un grupo de borrachines levantaba una cruz en un lugar público de la localidad. En el jardín de la Iglesia de San Nicolás de Vama todavía se conserva una de estas cruces, monumento en piedra levantado en septiembre de 1894 cuando 20 parroquianos realizaron el correspondiente juramento ante el párroco Nicolae Lomicovschi, como “señal de abandono de la bebida” - concretamente de la țuica -, según el texto que acompaña a la cruz y en el que también pueden leerse los nombres de los 20 juramentados.

Tener una cruz de la promesa en Vama es un privilegio pues, en toda Bucovina, sólo se mantienen en pie cruces similares en Sadova y Vatra Dornei.

Mocăniţa Bucovineană

Mocăniţa Bucovineană

Recuerdo de Vama

Voronet

Voronet

 

Stâlpul lui Vodă (Vama)

Stâlpul lui Vodă (Vama)

En la relación entre rumanos y turcos no todo fueron batallas y caras de perro pues la clase dirigente boyarda dio también muestras de colaborar con la Sublime Puerta cuando creyó que defendía mejor sus intereses frente a austríacos y rusos.

Un ejemplo de ello lo tenemos en Vama, donde se levanta el llamado Stâlpul lui Vodă, una estela erigida por el boyardo Mihai Racoviță en 1717 en recuerdo de su campaña en Transilvania contra los austríacos. Mihai Racoviță fue escogido Príncipe de Moldavia por el sultán en tres ocasiones, entre 1703 y 1705, entre 1707 y 1709 y entre 1716 y 1726. También fue Príncipe de Valaquia entre 1730 y 1731 y entre 1741 y 1744, circunstancia bastante habitual pues la Sublime Puerta no solía dejar que un príncipe se eternizase en su cargo para evitar que le cogiese gusto al poder o que sus súbditos le tomasen demasiado cariño.

Durante la guerra austro-turca de 1716-1718, las tropas del emperador Carlos VI de Habsburgo invadieron Valaquia para arrebatársela al sultán. En noviembre de 1716, las tropas austríacas ocuparon Bucarest y con ayuda de algunos ciudadanos, tomaron prisionero al Príncipe Nicolás Mavrocordato y lo enviaron a una prisión en Sibiu.

Tropas imperiales entraron entonces en Moldavia y, acompañadas por tropas moldavas opuestas a Racoviță, avanzaron de forma aplastante hasta Neamț, donde tomaron sin problemas la imponente fortaleza. En enero de 1717, una pequeña parte del ejército imperial, dirigida por el capitán belga François Ernau, entró en Iași para detener al Pírncipe moldavo. Temiéndose sufrir la misma suerte que su homólogo válaco, Mihai Racoviță se refugió en el Monasterio de Cetățuia, en Iași, que fue inmediatamente asediado. La suerte de Racoviță cambió cuando en ayuda de sus tropas acudieron 2.000 jinetes tártaros que conjuntamnete derrotaron a los austríacos, prendieron a Ernau y lo decapitaron frente a la Corte Principesca.

Tras la victoria, el Príncipe Racoviță, al frente de los moldavos leales y los jinetes tártaros, persiguió a los derrotados austríacos hasta Transilvania, donde por orden del sultán debía dar su apoyo a Francisco Rákóczi II en su lucha por la independencia de Hungría del Imperio de los Habsburgo. La firma del Tratado de Passarowitz entre el Imperio Otomano y Austria, en julio de 1718, pilló a las tropas de Racoviță en el sitio de Bistrița que, ya sin enemigo, lo abandonaron retirándose a Moldavia.  

En su regreso, el Príncipe Mihai Racoviță decidió construir un monumento en Vama - antigua frontera entre Moldavia y Transilvania, de ahí su nombre - que recordase sus hazañas, por lo que levantó esta columna monolítica de 3 metros de altura, grabada en rumano escrito con caracteres cirílicos,  que todavía nos recuerda los hechos de aquella campaña.

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La caída de Constantinopla

La caída de Constantinopla

Una de las muestras más originales del arte iconográfico moldavo es la representación de la caída de Constantinopla que se repite en la fachada sur de los monasterios postbizantinos. Lógicamente, el tema de la caída de Constantinopla no estaba incluido en los libros de pintura de iconos que debían guiar a los pintores, por lo que destaca especialmente por su excepcionalidad en el universo bizantino y por su carácter simbólico.

Este icono acompaña siempre a la serie de 24 escenas del Himno Akathistos, compuesto en honor a la Virgen durante el sitio que ávaros y persas sometieron a Constantinopla en el año 626 y cuya acción milagrosa salvó a la ciudad de la destrucción. Pero la escena que muestra no es la de aquel sitio, sino los momentos finales del ataque que terminó con el Imperio Romano de Oriente el 29 de mayo de 1453.

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Constantinopla, con sus colinas destacando entre los edificios, se muestra como una ciudad amurallada que es atacada por tierra y por mar. En su interior, bordeando el interior de la muralla, contemplamos una procesión formada por religiosos, soldados y ciudadanos, junto al emperador Constantino XI Paleólogo Dragases – vestido de púrpura y con corona imperial – y a la emperatriz que, también coronada, encabeza la procesión como figura simbólica de la Virgen María, a quien estaba consagrada la ciudad (esta presencia es un elemento anacrónico en la escena pues la emperatriz Caterina había muerto durante un parto en 1442).

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En la imagen, destaca el icono procesional de la Virgen con el Niño, que realmente fue llevado en procesión la noche del 25 de mayo y que, al caer al suelo, fue considerado como un trerrible presagio. También se puede observar el Mandylion, una pieza de tela rectangular en la que se habría impreso milagrosamente el rostro de Jesús pero que había desaparecido durante el saqueo de los cruzados a Constantinopla en 1204 y que, por tanto, no podía estar en el momento de la caída de la ciudad.

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Desde las torres de la ciudad, soldados bizantinos con arcos persas disparan sus flechas contra los turcos y en la muralla – en blanco - parece representarse la Kerkaporta, entrada noreste de la muralla que, al quedar semiabierta por error, permitió a un destacamento jenízaro otomano penetrar en el espacio entre las murallas externa e interna de la ciudad y, tras duros enfrentamientos, la toma de la ciudad.

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A la izquierda de Constantinopla, se observa la fortaleza genovesa de Pera, situada donde hoy se levanta la Torre de Gálata, que controlaba el extremo norte del mar a la entrada del Cuerno de Oro. Precisamente, como medida de protección contra un ataque marítimo, el Cuerno de Oro estaba cerrado por una gran cadena por lo que los otomanos tuvieron que llevar por tierra toda su flota ante la pasividad de los genoveses, aparentes aliados de los bizantinos, que ya pensaban en las negociaciones con los turcos una vez derrotado el Imperio Bizantino. En el mar, tal como ocurrió durante la batalla, los barcos turcos fracasan en su intento de tomar la ciudad y son destruidos por los bizantinos.

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A la derecha, en primera fila, la artillería otomana castiga las murallas de la ciudad mientras a su espalda se acerca un gran contingente de soldados de infantería y caballería. Al frente, el sultán Mehmed II a caballo, cuya cara ha sido borrada por algún devoto cristiano poco sensible a tan excepcional pintura. La desproporción entre las tropas otomanas y las bizantinas es notable, tal y como ocurrió durante el asedio, en el que menos de 9.000 bizantinos se enfrentaron a un ejército de entre 80 y 100.000 hombres.

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La caída de Constantinopla causó una gran conmoción en Occidente e incluso se llegó a pensar que era el principio del fin del cristianismo. La conmoción continuaba casi un siglo después, cuando en 1537 Petru Rares, señor de Moldavia, mandó decorar el monasterio de Moldoviţa, donde puede contemplarse esta joya del arte medieval rumano.

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Cowboy de ciudad

Cowboy de ciudad

Fin de Año en Bucovina

Fin de Año en Bucovina

Tras pasar un día en Bucarest atendiendo los asuntos, el 30 por la mañana hemos cargado el coche y nos hemos pasado el día de viaje camino de Vama.

 

El 31 ha amanecido con un cielo azul espectacular. Abrigadísimos (estamos a – 8ºC), hemos ido paseando hacia el ayuntamiento para ver la ancestral parada de Fin de Año. Niños y adultos vestidos con los trajes típicos de la región y los propios de las fechas como el del Oso, la Cabra o el Diablo, hacen una procesión desde el Puente de los Austriacos hasta el ayuntamiento llevando el árbol de Navidad sobre un arado arrastrado por bueyes, cantan y bailan frente al alcalde, que regala vasitos de vino caliente mientras los vecinos disfrutamos de la tradición.

 

Ahora estamos preparando la última cena del año mientras esperamos a un grupo de niños que vendrán a casa a cantarnos canciones de Año Nuevo y bailarnos las baladas tradicionales de Bucovina. Algunos borrachuzos, disfrazados de manera rocambolesca, también han ido pasando por aquí para desearnos buen año y llevarse algunos leis con sus desafinadas canciones. Vendrán más.

Recuerdos de batalla

Recuerdos de batalla

En verano de 1917 las tropas del Imperio Austrohúngaro se enfrentaron a las rusas en las colinas que rodean Vama. En 1944, los alemanes volvieron a enfrentarse allí a los rusos.

 

Hoy todavía puede identificarse la línea del frente, los restos de las trincheras, los parapetos para la artillería, los pasillos de comunicación. El césped lo cubre todo y cuesta comprender que hace años, justo allí, se enfrentaban cientos de soldados y que el paisaje debía ser mucho menos bucólico de lo que es hoy.

 

Siempre que vengo a Vama me gusta visitar el antiguo campo de batalla y el cementerio donde descansan, todos juntos, austriacos, húngaros, rusos, alemanes y rumanos (Cimitirul Eroilor).

 

Los días en Vama se han acabado, mañana partimos hacia Bucarest.

 

 

Bendita rutina

Bendita rutina

Pasamos los días con la sana rutina de Vama. Levantarnos cuando nos apetece, desayunar (especialmente unas porquerías tan americanas como grasientas y deliciosas que prepara Allison), salir a pasear, jugar con los niños en el jardín y, de vez en cuando, coger el coche para visitar alguna cosa.

 

Ayer fuimos a visitar los monasterios de Moldovita y Voronet. Las monjas alucinaban con los trillizos y por primera vez desde que las visito, las he visto sonreír. Todas se acercaban a decirles cosas y a darnos sus bendiciones (vamos a salir de aquí más benditos que la mismísima estola del Benedicto XVI). Cuando ya nos marchábamos de Moldovita, salió la monja portera a regalarnos una estampita para el coche y un libro sobre el monasterio.

 

También hemos visitado a Viorica, la excelente pintora de huevos tradicionales de Bucovina, y se ha llevado una gran sorpresa. Sólo ha parado de achuchar a los niños para hacernos una de sus sorprendentes demostraciones y, al final, nos ha regalado un huevo con los nombres de los churumbeles y la fecha de nuestra visita.

 

También en la farmacia nos han regalado una crema hidratante para los niños. Un anciano me ha parado hoy en la calle para felicitarme por los niños y solo al final se ha dado cuenta de que era español, tan bien le he respondido…

 

Hoy hemos cocinado salmorejo y tortilla de patatas. Muy español todo.

 

Claudio ya ha dado cinco pasos seguidos, aunque todavía no se aventura.

Nimic fara Dumnezeu

Nimic fara Dumnezeu

Hoy ha sido un día de lo más canónico. De buena mañana, todos desayunados, hemos ido a comprar los manjares vegetarianos para el banquete de hoy. ¿Vegetarianos? Pues sí, mis ateos lectores, estamos en plena cuaresma debido a la celebración de Santa María.

 

El banquete tiene un motivo: celebrar la bendición de la familia, nuestra casa e incluso el coche. Hemos pasado toda la mañana cocinando y preparando la casa para la ceremonia y hacia la 1 h, ataviados con sus mejores galas, han aparecido Dragomir y Morosan, los párrocos de Vama y Molid, para concelebrar la misa. Hemos colocado el  pan ceremonial (holly bread), el agua bendita, las velas y la Biblia sobre la mesa y todo ha discurrido tan ricamente. De los tres churumbeles, el más atento ha sido Claudio, aunque de vez en cuando echaba unas buenas risas, no sé si porqué ya entiende el rumano o porqué no estaba en el papel. Matilda y Sofía han estado menos compungidas, aunque se han portado muy bien.

 

Después de las correspondientes bendiciones y de santiguarnos varias veces, hemos disfrutado de la comida. Tanto Morosan como Dragomir han pedido que los niños se sentasen a la mesa con nosotros y han disfrutado de sus monerías. Tras los postres, se han despedido y no han aceptado la donación que queríamos hacerles. Dicen que ha sido un designio de Dios que hayamos construido una casa aquí y que ahora nos quedemos a trabajar en Rumania.

 

Por la tarde, nos hemos acabado los restos del holly bread con nocilla y nos hemos ido a la piscina de Villa Excelsior.

 

Muy acorde con el día, milagrosamente Claudio ha dado sus dos primeros pasos solo y Matilda se ha lanzado sobre él para abrazarlo. Todos hemos aplaudido, incluso las niñas.

 

 

 

 

En Vama

En Vama

La vida en Vama pasa tan lenta que da tiempo a disfrutar hasta el más mínimo instante.

 

Nos levantamos tarde y desayunamos copiosamente, a la rumana. Tenemos tiempo para leer. Los niños disfrutan de la casa y el jardín y se mueren de la risa con la cantidad de animales que hay aquí: perros, gatos, caballos, gallinas, pavos, etc. Sofía quita las hojas del porche y barre el suelo con uno de los Barba Papá.

 

Cuando salimos a pasear por el pueblo somos, también aquí, un espectáculo. ¡Han vuelto los españoles y encima con trillizos!

 

Dragomir, el párroco de Molid, viene a visitarnos y nos da sus bendiciones, pronto haremos una ceremonia para santificar la casa, el coche y la familia al completo. En la farmacia nos regalan una crema hidratante para los niños (pentru copiii…), se arma un pequeño revuelo de gente comentando lo guapos que son y nos desean salud para cuidarlos.

 

En Villa Excelsior, Fernando queda aturdido con tanto niño, aunque se une a la fiesta de besos y abrazos. Nos invita a cenar en su restaurante medieval para celebrar nuestra llegada. Para nuestra sorpresa, la vieja cubana Dinora (¡cómo la ópera!) está de nuevo en Vama (parece que se ha cansado de Buenos Aires). Ella insiste a María en que he sido su amante y que le prometió llevarle tapioca. Nadie se acuerda de eso, sólo ella.

 

El tiempo no acompaña, así que dejaremos la visita a los monasterios para cuando salga el sol.

 

Cocino un gulash a la española.