El estilo mediterráneo o la tercera vía
Más allá del acalorado debate que se produjo a principios del siglo XX entre los defensores del estilo nacional rumano y los impulsores de la arquitectura moderna, una tercera vía jugó un importante papel en la modernización arquitectónica de la Rumanía interbélica: la ecléctica arquitectura mediterránea, que tuvo su foco principal, aunque no exclusivo, en Bucarest.
La arquitectura mediterránea irrumpió en la escena arquitectónica como una seria alternativa a las dos corrientes dominantes, a pesar de que sus modelos figurativos fueron claramente ajenos a toda tradición local. Lo cierto es que este nuevo estilo tuvo escasa visibilidad cultural, no se dotó de instrumentos teóricos y estuvo casi ausente en el debate disciplinario, sin embargo, gozó de un enorme éxito entre las clases medias y altas de la ciudad e inauguró un ciclo arquitectónico que se convirtió en un elemento fundamental de la nueva imagen de Bucarest.
Mientras el neo-rumano era un estilo establecido a nivel teórico y con claros ejemplos representativos, la arquitectura mediterránea fue más bien una amalgama de sugerencias figurativas de resultados algo kitsch, hay que admitirlo, pero que fue capaz de robar parte del mercado a los dos estilos dominantes.
En una curiosa reinterpretación de algunos elementos del románico y el gótico, los ingredientes del estilo mediterráneo fueron los habituales en la arquitectura ecléctica, es decir, verandas y largas terrazas, balcones, voladizos, pórticos, arcos ojivales y de medio punto, columnas más o menos compuestas, pequeñas ventanas, elementos de hierro forjado, ventanas de arco, tejas de terracota, etc. No obstante, aunque en todos los casos se empleó un vocabulario similar, los edificios resultantes fueron difícilmente clasificables pues no siguieron un canon compositivo común.
Para su diseño, los propietarios de estos edificios contrataron a arquitectos - algunos de renombre como Henriette Delavrancea Gibory, Ion Giurgea o Mario Ricci – y a equipos de trabajadores, especialmente italianos, y les orientaron sobre sus preferencias, empleando las fotografías de sus viajes a países mediterráneos, para obtener un resultado distinguido, con un toque de exotismo pero próximo a las expresiones estilísticas de la Europa occidental.
La admiración por este estilo continuó durante el Comunismo, período en el que muchos de estos edificios fueron expropiados y empleados como oficinas centrales de corporaciones públicas, embajadas y residencias de algunos miembros de la Nomenclatura. La moda persiste y, todavía hoy, algunos nuevos ricos han hecho una reinterpretación de la arquitectura mediterránea de los años 30 y 40 para diseñar sus lujosas mansiones en las zonas residenciales de moda al norte de Bucarest.
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