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Bucarestinos

Casa Miclescu o del Coronel

Casa Miclescu o del Coronel

Tras un año afincado de nuevo en Barcelona, recuerdo con cierta nostalgia las carreras en el taxi de mi amigo George Constantin, desde el aeropuerto de Otopeni a casa, donde me esperaba la familia, impaciente por mi regreso tras alguno de mis frecuentes viajes. Comentábamos siempre con George cómo había ido mi periplo y cada vez desembocábamos en el más reciente escándalo político, refunfuñando ambos, mientras yo miraba distraídamente por la ventana el tráfico de la ciudad.  

En el camino a casa, pasado el imponente Arco del Triunfo, a mano derecha, siempre posaba la mirada en una hermosa ruina del número 33 de la Avenida Kiseleff, los restos de una antaño majestuosa villa en estilo neo-rumano que hoy languidece ante la indiferencia de sus propietarios y muchos de sus vecinos.

Se trata de la Casa Miclescu, conocida también como Casa del Coronel, diseñada por el gran Ion Mincu y construida a principios del siglo XX según el estilo nacional rumano, de moda entonces, como de moda estaba que los monarcas se vistiesen con trajes populares, con aire rural, para hacerse fotografías. Mincu trazó los planos de la casa para el pintor George Demetrescu Mirea, representante del academicismo rumano, sin embargo, la falta de fondos obligó al artista a venderla, antes de poder terminarla, al abogado Jean Miclescu, descendiente de una de las más egregias familias boyardas de Moldavia.

En la imagen, Sandu Sturza, el coronel Miclescu y su esposa, Elsa,en la pista de tenis situada en el jardín posterior de la casa

La casa, cuya cubierta se desmoronó hace años, todavía muestra con orgullo los clásicos elementos del estilo neo-rumano e incluso mantiene una torre lateral que le da un aire de fortaleza medieval. Antaño, su salón principal, hoy cubierto de nieve durante el invierno, acogió las reuniones y los bailes semanales de lo más granado de la aristocracia rumana.  Cantacuzinos, Brâncoveanus, Sturdzas, Carps, Băleanus o Greceanus deambularon por sus estancias, hasta que la Primera Guerra Mundial barrió a aquella despreocupada aristocracia. El hijo de Jean Miclescu, el coronel de caballería, Radu Miclescu, herido durante la Gran Guerra, vivió allí junto a su esposa, Elena Florescu las turbulencias del período interbélico y la Segunda Guerra Mundial hasta que, en 1948, las autoridades comunistas acabaron por confiscar la casa y alquilarla a la Unión de Artistas Plásticos.

Salón de la Casa Miclescu. En la imagen, la madre del coronel Miclescu leyendo.

Tras pasar tres meses en prisión por oponerse al embargo, el coronel Miclescu y su esposa se instalaron en uno de los 7 apartamentos en los que se dividió su antiguo hogar. En 1968, durante su viaje a Rumania, Charles de Gaulle quiso reencontrarse con su antiguo compañero de la Escuela Superior de Oficiales de Saint Cyr, y no dudó en visitar a la pareja. El terrible terremoto de 1977 afectó irreversiblemente al edificio, que fue declarado inhabitable por las autoridades, sin embargo, los dos ancianos decidieron permanecer en su pequeña habitación subterránea, a la que accedían por una escalera con una cuerda a modo de pasamanos. Allí permanecieron, sin perder un ápice de su dignidad, hasta la muerte del coronel, en 1990, pocos meses después de recuperar la propiedad del edificio tras la Revolución que derrocó a Ceaușescu.

Elsa, en la escalera de acceso al piso superior

En 1994, la casa fue vendida por la familia Miclescu a un antiguo entrenador del Steaua de Bucarest, Dumitru Dumitriu, apodado Ţiţi, y a Ilarian Puşcoci, que decidieron abandonarla a su suerte hasta hoy. El motivo es tan sencillo como impúdico. Con la idea de realizar un pelotazo inmobiliario, los nuevos propietarios tenían intención de demoler la casa y construir un bloque en los 3.000 metros cuadrados de terreno donde se levanta el edificio, sin embargo, el ayuntamiento les negó el permiso y, lo que fue todavía peor para sus planes, acabó incluyendo la villa en la lista de Monumentos históricos de Bucarest, en el año 2004. En estas circunstancias, como ocurre en tantos otros inmuebles históricos de la ciudad, los desaprensivos propietarios simplemente esperan a que la construcción se derrumbe y no haya marcha atrás.

En un intento desesperado por detener la degradación de la Casa Miclescu, en el año 2006, las autoridades municipales intentaron llevar ante los tribunales a Dumitriu y Puşcoci por destrucción premeditada del patrimonio, pero el juez no quiso admitir la demanda por considerar que su actitud no era consecutiva de delito y desde entonces, poco a poco, aquella villa que protagonizó algunos de los momentos más bellos e intensos de la historia de la ciudad, va perdiendo su estructura y, con ella, va desvaneciéndose aquel viejo y atractivo Bucarest que ya nunca recuperaremos.

2 comentarios

Inma Cos. -

De nuevo disfrutando de tus interesantes informaciones.
Y...también cuantos bonitos y entrañables recuerdos.

AMA Gloria -

Bravo Carlos, siempre nos proporcionas buena información y buenos momentos de lectura nostálgica.