El panorama político de los primeros años de la Rumanía interbélica
En Rumanía, el período que transcurrió entre la primera y la segunda guerra mundial, denominado interbélico, es considerado como una de las épocas doradas de la historia del país, sin embargo, no es oro todo lo que reluce y vale la pena darle un repaso a la situación política del momento para entender que fue precisamente durante ese período cuando se fraguaron los grandes dramas que asolaron Rumanía en los años 30 y 40.
Tras la Primera Guerra Mundial, Rumanía se engrandeció con Transilvania, Maramureş, Crişana, Bucovina, Besarabia y la mitad oriental del Banato, alcanzando las fronteras étnicas de la Gran Rumanía. A pesar de todo, en el período interbélico los problemas se agudizaron por los defectos estructurales del sistema político y por el reto que supuso inaugurar un Estado multinacional cuyas minorías – húngaros, alemanes, ucranianos, rusos y judíos - no querían someterse a la mayoría rumana. A este problema social se añadió el hecho que, a pesar de la reforma agraria, los campesinos no consiguieron salir de la extrema pobreza, quedando en manos de acreedores y bancos para saldar sus deudas. Paralelamente, la vida política, lastrada por la atomización de los partidos y por la corrupción, se vio convulsionada en la segunda mitad de los años 20 por la irrupción de la derecha radical y el fascismo, cuyo mensaje antiliberal y antisemita obstaculizó el funcionamiento del sistema parlamentario hasta su desaparición en 1938. Finalmente, las rencillas en la familia real acabaron por desprestigiar a la Monarquía, perdiéndose así un importante referente nacional.
La actuación germanófila de la derecha durante la guerra le pasó factura a partir de 1919 y sólo el aliadófilo Partido Conservador Demócrata de Take Ionescu mantuvo alguna influencia en el panorama político. La fuerza hegemónica de la derecha era el Partido Nacional Liberal, representante de la burguesía urbana, cuyo líder Ionel Brătianu fue la primera figura política del país hasta su muerte en 1927. Al acabar la guerra surgió una nueva opción encarnada por el victorioso general Alexandru Averescu a través del Partido del Pueblo, nutrido por excombatientes de origen campesino partidarios de la reforma agraria. Pese a su rápido ascenso, el partido no cumplió con las expectativas regeneracionistas y sus bases acabaron en las filas de la derecha radical representada por el Partido Nacional Demócrata, del historiador Nicolae Iorga, de ideología ultraconservadora y antisemita radical.
A partir de 1921, una generación más joven, decidida a combatir el sistema parlamentario, se organizó alrededor de la Unión Nacional Cristiana, dirigida por el moldavo Alexandru Cuza. Dos años después, la Unión se transformó en la Liga de Defensa Nacional Cristiana e inició una exitosa campaña antisemita en la que destacó Corneliu Zelea Codreanu, un místico que se creía destinado a salvar a la nación de los judíos y que en 1927 se separó de la Liga para crear la Legión de San Miguel Arcángel, un movimiento fascista con fuerte impronta religiosa.
En 1926, el centro político representado por el Partido Campesino de Ion Mihalache y el Partido Nacional Popular de Iuliu Maniu se unió en el nuevo Partido Nacional Campesino. Perjudicado por el populismo de Averescu, no fue hasta 1928 cuando Maniu consiguió llegar a la presidencia del Gobierno comprometido en la lucha contra la corrupción y en el afianzamiento de las instituciones democráticas.
Respecto a la izquierda, el Partido Socialdemócrata se dividió en dos grupos, uno formado por los socialistas del antiguo reino, marxistas y simpatizantes de la URSS, y otro integrado por los socialistas transilvanos, más cercanos a los postulados socialdemócratas moderados. El ala más izquierdista promovió una serie de huelgas sectoriales entre 1919 y 1920 que acabaron en una huelga general revolucionaria, respondida con dureza por el gobierno del general Averescu. Debido a las discrepancias internas, en 1921, el ala izquiedista fundó el Partido Comunista, duramente perseguido por las autoridades. La escisión debilitó a la socialdemocracia, que redujo su presencia parlamentaria y sindical, aunque la ilegalidad del comunismo le permitió recoger el voto obrero.
Los primeros años 20 estuvieron marcados por el reto planteado por la izquierda revolucionaria, respondido con fuerte represión, y por la reforma agraria. Tanto el gobierno de coalición de Alexandru Vaida-Voevod como el del general Averescu pusieron en marcha en 1921 una reforma agraria que afectó a los latifundistas húngaros y alemanes de Transilvania, Maramureş y Crişana y repartió tierra entre los labradores no propietarios.
En parte gracias a su capacidad de fabricar mayorías absolutas y al apoyo del rey Fernando, entre 1922 y 1928, Rumanía fue gobernada por los liberales de Brătianu, quienes se beneficiaron de una coyuntura económica favorable debida a la entrada masiva de capitales extranjeros en la industria petrolífera. En marzo de 1923 se aprobó una nueva Constitución para Rumanía que confirmaba el sufragio universal masculino y establecía un Parlamento bicameral y un modelo económico y administrativo centralizado que provocó las protestas de las minorías.
Por entonces, estalló la cuestión dinástica. El único hijo del rey Fernando, Carol, estaba casado con Helena de Grecia, pero su fama de play-boy y su relación pública con Helena Lupescu lo hacían poco recomendable como heredero. En enero de 1926, Fernando nombró como sucesor a su nieto, Miguel, que en aquel momento sólo tenía cinco años, por lo que tras el fallecimiento del monarca un año después, se formó un Consejo de Regencia. Meses después murió también Brătianu y el Partido Nacional Liberal inició su descomposición. El PNL se mantuvo al frente del gobierno un año más pero las dificultades económicas, la desatada violencia antisemita de la ultraderecha y el descontento de los beneficiarios de la reforma agraria, abrieron paso al Partido Nacional Campesino. En noviembre de 1928, por orden del Consejo de Regencia, Maniu formó gobierno y convocó unas elecciones que ganaría casi con un 78 % de los votos. Gracias a ello, Maniu puso en marcha un ambicioso programa de reformas que incluía la descentralización administrativa, ayudas oficiales para los campesinos endeudados – que evitaban así comprometerse con bancos y acreedores - o la liberalización del suelo sometido a reforma agraria, medida que consiguió consolidar una capa de agricultores medios, base del partido, aunque obligó a proletarizarse a los pequeños propietarios endeudados. Cuando la crisis se agudizó en 1929, estos pequeños campesinos formaron la base de la derecha más radical.
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