La tradición vitivinícola de Rumania
Desde un punto de vista viticultural, Rumania se sitúa entre los más importantes países de Europa, disponiendo de una superficie de vides que alcanza las 190.000 hectáreas. La producción anual de vino rumano - 5 millones de hectolitros en 2008 - sólo se sitúa por detrás de España, Francia, Italia y Portugal aunque, desgraciadamente, más del 90 % se consume en Rumania, convirtiéndose en un delicioso secreto todavía por descubrir en el continente. A partir de este hecho, podría deducirse erróneamente que a los rumanos les gusta empinar el codo más que a sus vecinos, sin embargo, el consumo medio per capita se asemeja al de los españoles, los griegos o los austriacos y es inferior al de los franceses, los italianos, los portugueses y, sobre todo, al de los habitantes del Vaticano, el país con mayor consumo individual de vino del mundo.
El cultivo de la vid y la elaboración de vino se han practicado en los territorios que hoy comprenden Rumania desde tiempos inmemoriales, como así lo atestiguan el hallazgo de vides silvestres fosilizadas, datadas en el 7.000 a.C., y de decenas de aperos procedentes de múltiples excavaciones arqueológicas y actualmente expuestos en el Museo Nacional de Historia y Arqueología de Constanza o en el Museo de la Vid y el Vino en Murfatlar. Ambos museos, por ejemplo, prueban cómo hace 2.500 años ya se producía vino en la región costera de Dobrudja, caldos que probó y elogió el poeta Ovidio, durante su exilio en la zona tras su disputa con el emperador Augusto en el 8 d.C. Por otro lado, algunas de las principales palabras del vocabulario viticultural rumano provienen del antiguo idioma dacio, como butuc (cepa), strugure (uva) o ravac (mosto).
Tras la conquista romana de Dacia, en el año 106 d.C., se produjo un gran desarrollo de la industria del vino en la nueva provincia del Imperio, hecho reflejado en los motivos representados en las monedas acuñadas en la ceca de Tomis, la actual Constanza. Las vicisitudes sufridas por el territorio de Rumania, durante las invasiones que azotaron la zona durante la Edad Media, sin duda afectaron al cultivo de la uva y a la obtención de los caldos, sin embargo, siguieron practicándose sin interrupción a lo largo de los siglos.
En el momento de la unión de los Principados de Valaquia y Moldavia (1862), la superficie de cultivo de vid rondaba las 100.000 hectáreas y había aumentado a 150.000 en 1884, cuando Rumania alcanzó la independencia del Imperio Otomano. Rumania no se libró de la plaga de filoxera que afectó a toda Europa en la segunda mitad del siglo XIX, crisis que permitió establecer relaciones entre productores rumanos y asesores franceses e introducir nuevas variedades de uva en la región como Pinot Noir, Cabernet Sauvignon, Merlot, Chardonay, Aligoté y Sauvignon Blanch.
Las variedades francesas se añadieron así a las autóctonas – Feteasca Alba, Feteasca Regala, Grasa de Cotnari, Busuioaca de Moldova, Crâmposia, Babeasca Neagra, Feteasca Neagra, etc. – para conformar una excelente tradición vinícola que todavía hoy perdura y que está a la espera de una oportunidad para ser descubierta por los más exigentes paladares.
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