Escapada a Bulgaria (I)
En un par de post os voy a explicar nuestra primera escapada, en plan novios, desde que estamos en Rumania.
El viernes por la noche, tras dejar a los enanos encamados, salimos hacia la frontera búlgara. Cruzamos el puente sobre el Danubio, entre Giurgiu y Ruse, un guardia de frontera aburrido nos hizo la señal de avanzar y acompañados por una profunda oscuridad, logramos llegar al Best Western de la población, donde reposamos nuestros cansados esqueletos.
Por la mañana, bien desayunados, nos dedicamos a explorar Ruse, puerto fluvial de Danubio, algo contaminado por las petroquímicas rumanas, aunque en proceso de recuperación. Quizás es exagerado llamarla “Pequeña Viena”, pero su barrio sefardita (aquí nació el escritor Elías Canetti), la bulliciosa plaza Svobodata, sus edificios neo-barrocos o de estilo imperio y sorpresas como la antigua fortaleza romana Sexaginta Prista (es decir, De los sesenta buques) o su centro peatonal, la convierten en un buen punto de partida para explorar Bulgaria.
Al mediodía, salimos rumbo al sur, hacia el pequeño Parque Natural del río Russenki, para visitar el monasterio rupestre de Ivanovo, una maravilla excavada en la roca, a varias decenas de metros sobre el río, con más de 40 iglesias y capillas con frescos de célebres pintores de la escuela de Veliko Tarnovo y centenares de celdas para los monjes, además de almacenes, cocinas y bibliotecas. Durante el Segundo Imperio Búlgaro (1185-1396), este monasterio fue centro de la vida cultural y espiritual de la región, aunque su actividad se desarrolló entre los siglos XIII y XVII.
Desde allí nos dirigimos a los restos de la fortaleza de Cherven, más al sur, fundada originalmente en los siglos VI o VII cuando la población de Ruse huyó de los invasores bárbaros. Los restos actuales son medievales y reflejan el importante centro cultural y metalúrgico en que se convirtió hasta que cayó destruido por el Imperio Turco.
Acabamos el día visitando las ruinas de Nikopolis ad Istrum, ciudad fundada por el emperador Trajano en 107 d.C., tras su victoria sobre los dacios.
Llegamos a Veliko Tarnovo ya anocheciendo, por lo que apenas pudimos dar un paseo por la llamada “Villa del Renacimiento Nacional”, visitar un par de anticuarios, cenar de lo lindo (¡qué grata sorpresa la comida búlgara!) y acostarnos en el modernísimo hotel Studio.
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