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Bucarestinos

El orfanato maldito de la Strada Franceză

El orfanato maldito de la Strada Franceză

No muy lejos del lugar donde vagan las almas atormentadas de la iglesia de San Antón, en el número 13 de la Strada Franceză, se levanta desde 1895 una preciosa mansión con una de las historias más siniestras de Bucarest.

La leyenda dice que su propietario, Stavrache Hagi-Orman, transformó su residencia en un orfanato, aunque tras su actitud aparentemente altruista se escondía una trama tan sádica como malvada. Mediante engaños, recogía a niños abandonados de las calles de la ciudad y les ofrecía albergue y sustento en su casa, sin embargo, una vez que uno de aquellos desdichados entraba en la mansión, ya nunca volvían a salir. Hagi-Orman condenaba a los niños a extenuantes jornadas de trabajo, sin comida ni agua, y por la noche los encerraba bajo llave en los rincones más oscuros y lúgubres de su enorme residencia.

Sin nadie que los reclamase y olvidados por una sociedad cegada por las luces del Pequeño París, los niños fueron muriendo de hambre y agotamiento y enterrados en algún lugar discreto, lejos de miradas delatoras. En octubre de 2011, Radu Vasile, un vecino de 84 años que ha pasado toda su vida en el número 15, todavía recordaba en las páginas del periódico Ring: “Muchos niños vagabundos eran internados allí y controlados por la familia de Stavrache, con cuyos miembros nadie en la calle se relacionaba… pero todo terminó después de la guerra”.

Posiblemente, más de 200 niños murieron en el número 13 de la Strada Franceză y todavía hoy, tras las puertas tapiadas del edificio, a media noche, algunos lugareños juran oír voces infantiles gritando: ¡Por favor, dadnos agua!

4 comentarios

Ioana -

Soy rumana, nacida en Bucarest, pero no sabia esta historia. Gracias!

Aba Inma -

La maldad existe, ha existido y existirá pero cuando va dirigida a los niños aun es mas "maldad" si cabe.
Es una historia terrorífica.

AMA Gloria -

Es espeluznante; recuerdo tu explicación durante nuestro paseo.

Luis. -

¡Caramba! ¡Qué historia! ¿Cómo acabó el caballero? Mal, supongo, pero no necesariamente.

Historias así te demuestran que los monstruos de verdad no son vampiros ni criaturas de Frankenstein, sino gente en apariencia normal y corriente. Qué horror.