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Apuntes rurales sobre la pandemia Covid en Rumanía

Apuntes rurales sobre la pandemia Covid en Rumanía

Leo en las noticias que Rumanía es uno de los países más afectados por el último embate de la pandemia de Covid, de hecho, la última ola, que comenzó a principios de octubre, ha sido la más devastadora que ha sufrido el país desde que comenzó la infección.

Lo cierto es que la lentitud en la vacunación de la población es, posiblemente, la causa principal de este estallido. La crisis sanitaria fue uno de los principales motivos de la moción de censura que derribó al gobierno de centro-derecha del Primer Ministro Florin Citu, el pasado 5 de octubre. Situación que sumió al país en la enésima crisis política pues, ayer mismo, Nicolae Ciuca, designado por el presidente Klaus Iohannis para formar un Gobierno de coalición, tiró la toalla al no cosechar los apoyos necesarios.

Sin embargo, tal y como pude comprobar en persona, no puede culparse únicamente a las autoridades del explosivo escenario sanitario. A mediados de octubre, tuve la oportunidad de viajar a Maramureș y Bucovina. Aterricé en Cluj, capital de Transilvania, que, como el resto del país, estaba recientemente sometida a un toque de queda nocturno, a partir de las 8 de la tarde, para aquellos que no estuviesen vacunados. Cluj es una ciudad universitaria, sede de la más importante Facultad de Medicina del país, y se nota. Al anochecer, las calles no quedaban vacías, pues muchos jóvenes estudiantes, ataviados con mascarillas, siguen deambulando por la ciudad, buscando donde cenar o tomar una copa en alguno de los modernos bares del centro. Eso sí, antes de entrar, un camarero, armado de un lector QR, te exige tu certificado de vacunación y, sólo si suena un vip acompañado de una señal verde, te permite acceder al local. Como curiosidad, no todos los certificados de vacunación españoles en vigor te permiten el acceso, pues con unos salta una señal verde y con otros una roja, por caprichos del destino. No fui capaz de saber por qué.

Jefa de estación de Moldovița

Dejé Cluj atrás y, a medida que me cercaba al norte, a la frontera ucraniana, el paisaje fue cambiando. Los árboles han tomado ya esos colores otoñales que no te permiten apartar la vista del paisaje y su belleza te corta la respiración. Progresivamente, vas alejándote de la ciudad y, con ella, también de las normas sanitarias. Las mascarillas van desapareciendo de calles y caminos, aunque algunos penitentes, los menos, las mantienen para protegerse. En los restaurantes, te abren las puertas sin preguntas, con la habitual sonrisa acogedora de los norteños y la ensordecedora música popular de fondo. Sólo en algún museo mantienen reverencialmente las mascarillas, lo que más parece una señal de respeto a lo que exponen que una medida protectora.

En el monasterio de Moldovița, al hacer el ademán de ponerme la mascarilla entrando en el templo, una monja me miró, sonrió condescendiente negando con la cabeza y, señalando al cielo me dijo: “Dios es nuestra mascarilla”. Alguna otra hermana se preocupó más de mis fotografías – sin flash, obviamente - a los mártires del Menologio de Basilio II, que cubren las paredes de la nave, que de si me había puesto gel hidroalcohólico o si cubría mis vías respiratorias.

Sí puede afirmarse que los sistemas de alerta funcionan en Rumanía, pues saliendo de visitar la fortaleza de Neamț, mi teléfono y el de todos mis acompañantes comenzaron a vibrar y sonar al unísono y recibimos un mensaje donde indicaba que la incidencia en Târgu Neamţ había alcanzado un nivel crítico, por lo que debían extremarse las medidas de protección y distanciamiento social.

Mercadillo de comida tradicional

A pesar de ello, la población es escéptica tanto respecto a la pandemia como a las vacunas. Una amable señora de Oncesti, en el corazón de Maramureș, cuya puerta me había detenido a admirar con mis acompañantes, nos dio un buen rato de conversación sin protección alguna y no tardó en ofrecernos un delicioso pălinca casero en vasos compartidos. Tuvo a bien enseñarnos su maravillosa granja, su viejo telar, sus confecciones y sus animales, todo ello sin apenas distancia ni medidas de seguridad. Tampoco las respetamos nosotros, aunque estábamos todos vacunados.

En Vama, de visita a unos viejos amigos, dudaron de la existencia del Covid, aunque admitieron que alguno se había contagiado. “No fue nada, un resfriado”, decían. Recios, fibrados por el duro trabajo en el campo y con los animales, demasiado acostumbrados a las penalidades, me sorprendió que temiesen a los efectos secundarios de la vacuna o, incluso, a las intenciones aparentemente abyectas de un gobierno que se obstina en protegerlos. Ninguno quería vacunarse. Tanto en Maramureș como en Bucovina, vi más entierros de lo habitual, posiblemente de ancianos afectados por la pandemia, con los preoți ataviados según el luto bizantino, acompañando a las comitivas compungidas, todos ellos desprotegidos.

Comitiva fúnebre

Así están las cosas en el norte, aunque la última ola de la pandemia empieza a remitir.

4 comentarios

Gloria -

Excelente como siempre. Felicidades.

GLORIA -

Bien detallado como siempre.
Felicidades.

cristian -

Muy bien documentado y escrito con simpatia hacia los rumanos.Bravo, "embajador" de Rumania !

Mercè Gratacós -

Que tinguin sort!!!