Regreso a Bucarest
Un par de años después de nuestra partida, hemos regresado a Bucarest.
Planeamos el viaje con tiempo, haciéndolo coincidir con la celebración del festival callejero, Street Delivery, cita a la que nunca faltamos durante nuestra estancia en la ciudad. Tomamos el avión con ilusión, ajenos y divertidos ante el típico follón frente a la puerta de embarque y en menos de tres horas aterrizamos, ya de madrugada, en Otopeni, donde nuestro amigo Berni nos esperaba para llevarnos a Bucarest.
De buena mañana, un sol cegador se coló por la ventana de nuestro apartamento y, como un resorte, saltamos a la ducha para salir raudos a recorrer Bucarest. Estábamos ansiosos, tres días se nos antojaban escasos para tanto por hacer, teníamos ganas de volver sobre pasos familiares, de invocar anécdotas en cada esquina, de inclinarnos ante viejas paredes, de saborear aromas caseros y estrechar con fuerza a los amigos.
Y con esas grandes esperanzas nos lanzamos ávidos a la calle y Bucarest no nos defraudó. Visitamos a nuestros antiguos colegas de la oficina, que seguían peleando con una administración torpe y elefantiásica pero sin perder el humor; compartimos mesa, carcajadas y recuerdos en Gambrinus con el entrañable Rafa, guardián de las letras españolas en la llanura válaca; paseamos una, dos y tres veces por un Street Delivery abarrotado, repleto de modernos cada vez más comunes, puestos de limonada, música y novedosos proyectos urbanísticos que pugnan por dejar atrás las peores muecas del comunismo.
Vimos un Bucarest verde, con su particular estilo ecléctico y vanguardista en acelerado trámite de recuperación, con ciclistas, runners y patinetes, con aceras libres de coches y de perros salvajes, donde los paseantes reconquistan poco a poco el espacio antaño perdido; disfrutamos de sus parques inagotables repletos de niños, de los mercados con su inconfundible olor a eneldo, de sus imponentes villas en callejas adoquinadas a la sombra de los tilos y de sus amplias avenidas, unas tan parisinas y otras tan soviéticas.
Peregrinamos hasta nuestra antigua casa para dar una sorpresa a las vecinas, que se alegraron del reencuentro y al recordar a los niños, que miraban curiosos su jardín a través de los huecos de la valla de madera que nos separaba y escapaban entre risas cuando eran descubiertos. Pero, por encima de todo, pasamos buenos ratos con los amigos, con Berni - y mi ahijado, Berni Jr -, Iuliana, Basilio, Ileana o George, poniéndonos al día, echándonos unas risas regadas con cerveza o café, conmemorando tiempos pasados y divagando sobre planes futuros.
Y así, sumergidos en una nostalgia nutritiva, llegó el domingo y la hora de regresar a casa. Volamos felices de vuelta a Barcelona pero hoy, un par de días después, todavía tengo el corazón encogido por estos tres días en Bucarest.
3 comentarios
Alejandro Blum -
Alejandro Blum -
Berni Jr, Ana y Berni -
Sólo deciros lo que ya sabéis: que aquí tenéis vuestra casa y por supuesto nos tenéis a nosotros para cuantas veces y tiempo os apetezca.
Y continuando lo que va camino de ser una tradición no escrita: ahora somos nosotros los que amenazamos con visitaros en BCN.
Un abrazo y besos, guapísimos.