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Fundamentos ideológicos del nacionalismo rumano del siglo XIX (y II)

Fundamentos ideológicos del nacionalismo rumano del siglo XIX (y II)

Frente a la idea de nación originada en Francia, surgió en Alemania otro tipo de ideología nacionalista distinta, de origen básicamente cultural, que rápidamente entroncó con los ideales románticos y que sólo pasado un tiempo se vincularía a la política. El más destacado pensador de este nuevo nacionalismo fue el filósofo alemán Johann G. Herder que, en su obra titulada Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad (1784 – 1791), esbozó una teoría de la nación como un organismo vivo resultado de la herencia común de una raza que compartía lengua e historia.

Las ideas románticas de Herder calaron en el pensamiento nacionalista de Europa central y oriental y los Principados rumanos no fueron una excepción, de hecho, la nación rumana se definió, según el modelo germano, por su origen común (romano, dacio o dacio-romano), por su lengua latina en el seno de un océano eslavo, por su historia compartida, por una espiritualidad específica[1].

Los primeros brotes de construcción de una conciencia nacional rumana habían aparecido a mediados del siglo XVIII, de manos de la Iglesia Uniata de Transilvania - vinculada a Austria y enfrentada a los magnates húngaros - y de un grupo de intelectuales integrantes de la Escuela de  Transilvania (Petru Maior, Samuil Micu-Klein y Georghe Sincai). Estos intelectuales de credo uniata y educados en Viena, realizaron una labor historiográfica y lingüística que sentó las bases del nacionalismo rumano, reflejado en el contenido del Supplex Libellus Vallachorum, un memorando enviado a Leopoldo II en 1791 en el que se pedían los mismos derechos para los rumanos que para el resto de minorías transilvanas y una representación en la Dieta.

Progresivamente, el nacionalismo rumano reelaboró sus mitos fundacionales para adaptarlos al organismo nacional que se pretendía fundar y encontró en el viejo reino de Dacia el mejor símbolo para representar el espacio rumano, especialmente en un momento en el que el nombre de Rumania todavía no existía.

A partir de entonces, el término Dacia apareció con frecuencia para definir el territorio completo habitado por rumanos y, por ejemplo, publicaciones como Dacia litterară, Magazin istoric pentru Dacia o Dacia viitoare representaron un programa completo político-nacional y de construcción de un imaginario común. Paralelamente, los escritos históricos desarrollados en los años 30 y 40 y, sobre todo, la conformación del mito de Miguel el Valiente, como unificador de los tres Principados a principios del siglo XVII, ilustran también muy bien los cambios ocurridos en la conciencia del pueblo rumano y sus preocupaciones por la unidad nacional.

De este modo, tal y como describió Benedict Anderson, el nacionalismo rumano de mediados del siglo XIX se articuló en torno a este sentimiento compartido a pesar de que, en contra de las tesis de Ernest Gellner, el capitalismo no se había desarrollado como en otros lugares de Europa, que la industrialización era prácticamente inexistente – la revolución industrial en Rumania no tomó forma hasta 1890 - y que la urbanización fuese muy escasa[2].

Desde principios del siglo XIX, en los Principados danubianos, la idea de nación conoció una transformación significativa respecto a la del siglo anterior y empezó a tomar formas más modernas. La vieja concepción de la nación, basada en los privilegios, que situaba a los boyardos por encima de cualquier otra clase social y garantizaba su influencia política y social, dio paso a una idea nacional más étnica que incluía a todas las clases sociales, también a los asalariados y a los campesinos. Bajo la influencia del romanticismo y de una idea más moderna de nación, los intelectuales del momento alumbraron un nuevo aprecio sobre la vida rural y el folclore, que dejó de ser juzgado según los criterios de la Ilustración (verdad y razón) y pasó a ser aceptado como manifestación de un modo de vida distinto.

Asimismo, los intelectuales empezaron a considerar la lengua rumana desde su nueva perspectiva sobre la idea de nación. El final del régimen fanariota y el declive de la lengua griega como lengua de la administración y la cultura, así como el rápido crecimiento de la importancia de la lengua rumana, estimularon su interés teórico por la lengua nacional. En los años 20, se produjo un intenso debate sobre la posibilidad de que la lengua rumana se convirtiese en el vehículo de una cultura refinada pero, después de 1830, el vigor del sentimiento nacionalista lo silenció totalmente. La principal preocupación de personalidades culturales como Ion Heliade Rădulescu o Costache Negruzzi fue, no tanto descubrir el origen del rumano - cuya latinidad romana no estaba en discusión -, como revelar su espíritu. Escritores y académicos buscaban por igual el carácter específico y los rasgos particulares de la lengua rumana, con el objetivo de modernizar su sintaxis y ampliar su vocabulario. En la base de todos estos esfuerzos se hallaba la idea que la lengua no era una simple convención sino la expresión de las características del espíritu nacional rumano.   



[1] De hecho, según este concepto, sajones y magiares de Transilvania, cuyo origen y lengua eran distintos a los de los rumanos, difícilmente podían ser considerados como pertenecientes a la nación, postura que todavía pervive en la actualidad en algunos sectores de la sociedad rumana, encabezados por la Iglesia ortodoxa.

[2] Hacia 1900, después de un período de desarrollo relativo del sector urbano rumano, más del 81 % de la población de Rumania habitaba todavía en el ámbito rural.

1 comentario

Luis. -

Brillante. Como siempre.