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Historias de pastores: la trashumancia en Rumanía

Historias de pastores: la trashumancia en Rumanía

Periódicamente, en el telediario, las noticias nos muestran simpáticas imágenes de rebaños de ovejas cruzando grandes ciudades, ocupando mansamente el espacio de los coches, ante la mirada risueña de los transeúntes, y dejando una huella de bolitas negras y olor a campo sobre el asfalto. Son los estertores de la trashumancia, un acontecimiento milenario y universal que, aunque en decadencia por el abandono rural y el acoso de la modernización del campo, se resiste a desaparecer.

España tiene muchas cañadas por donde todavía transitan rebaños en busca de herbaje, acompañados de un adusto pastor y sus perros, que le ayudan en la tarea de controlar el ganado y evitar el ataque de lobos y algún oso despistado. Europa asiste al mismo tránsito en otros países, pues es el continente que más se ha empeñado en estudiar y conservar esta ancestral costumbre. Por fortuna, España y Rumanía todavía comparten esta vieja tradición.

La trashumancia se realiza para aprovechar al máximo la productividad de forraje de los campos, en lugares y momentos del año diferentes. De este modo, la trashumancia es un movimiento estacional y pendular de rebaños, normalmente entre los valles, donde permanecen los animales en invierno, y los montes, donde pastan en verano. En Europa se concentra en los sistemas montañosos y, en Rumania, tiene en los Cárpatos su principal escenario.

La Gesta Hungarorum, crónica anónima escrita durante el reinado de Bela III de Hungría (1172 – 1196), menciona ya en el siglo X el tránsito de pastores válacos, que se extendería desde las montañas Tatra, en Polonia, hasta el Monte Pindo, en Grecia. Más tarde, en el siglo XVI, se extendieron también desde los Cárpatos hasta el sur de Rusia y las inmediaciones del Cáucaso, convirtiéndolos en un vehículo de la lengua y la cultura rumanas por toda la región.

Durante siglos, este movimiento de rebaños por viejas cañadas – ver mapa 1 y mapa 2 - extendió el área de influencia rumana, más allá de fronteras étnicas o físicas, hasta el Mar de Azov, gobernado por los tártaros, por la Dobrogea turca o la Macedonia griega, los Ródope búlgaros o la vieja Iliria. Muchos pastores transilvanos se alejaron de su tierra natal y fundaron pequeños núcleos de población rumana, con sus propios sacerdotes ortodoxos y sus alcaldes, sus creencias y sus costumbres, su música, su jerga y su característica indumentaria. Hace ahora unos 200 años, con el aumento de las cargas fiscales que las autoridades austrohúngaras impusieron a los pastores transilvanos, muchos de ellos emigraron definitivamente más allá de los Cárpatos, a las vecinas Valaquia, Moldavia y Dobrogea, desde donde continuaron con su actividad.

Año tras año, los pastores rumanos realizaron miles de kilómetros junto a sus ovejas, las guiaron hasta los mejores pastos, las protegieron junto a sus perros de los ataques de las bestias y los robos de los cuatreros, durmieron a su lado al raso, sobre el frío suelo, tapados con una gruesa manta bajo el cielo estrellado, esquilaron su lana y ordeñaron su leche para alimentarse y fabricar queso, al que sus ancestros geto-dacios bautizaron como brânză y ellos exportaron a todos los rincones a los que llegaron, dejando la palabra como un patrimonio universal, que los eslavos adoptaron como bryndza y los alemanes como Brinse. Fueron los años más gloriosos de la trashumancia.

A lo largo del siglo XX, la trashumancia rumana fue decayendo, enfrentada al progreso, a radicales cambios sociales y a unas autoridades comunistas poco amigas de los traslados transfronterizos, aunque favorables a evitar colectivizaciones de rebaños y a  la protección fiscal de los pastores. Hasta 1989, los pastores negociaban el paso de sus rebaños con los presidentes de las Cooperativas Agrícolas de Producción (Cooperative Agricole de Producție) y los directivos de las Empresas Agrícolas Estatales (Întreprindere Agricolă de Stat), favoreciendo pequeñas o grandes corruptelas tanto para facilitar el traslado, como para la venta de leche, queso, carne y lana.

Tras la Revolución de 1989, la trashumancia quedó definitivamente limitada al territorio de Rumanía y, en muchas ocasiones, los movimientos de animales se vieron dificultados por la devolución de tierras a sus antiguos propietarios, que multiplicó el número de interlocutores con los que negociar. En 1997, tras la rúbrica de la Carta Europea de la Trashumancia, firmada en Cuenca, se legisló por primera vez sobre la trashumancia en Rumanía, profesionalizando el papel de los pastores, limitando los movimientos de animales, estableciendo controles sanitarios, garantizando la protección de los cultivos, etc. En 2007, con la entrada de Rumanía en la UE, aumentó todavía más la presión contra la trashumancia tradicional. La sombra de la ilegalización amenazó esta vieja costumbre hasta que, al final, se resolvió publicando un mapa oficial con las cañadas permitidas.

Hoy en día, todavía quedan algunas familias de valientes que practican la trashumancia en Rumanía, principalmente instaladas en Transilvania, en una zona conocida como Mărginimea Sibiului. Paralelamente, en los últimos años, se han multiplicado las iniciativas para valorizar este singular patrimonio, promoviendo proyectos que van desde la construcción de un Museo de la Trashumancia en la comuna de Vaideeni (Vâlcea), a la promoción de múltiples estudios históricos o al impulso de hermanamientos con otros grupos de pastores – principalmente, checos, eslovacos, ucranianos y polacos -, que faciliten el traslado transfronterizo de animales y la organización de festivales culturales, que acerquen viejas tradiciones del continente a las nuevas generaciones de europeos, para preservar sus costumbres y, sobre todo, su memoria. 

1 comentario

Mercè -

Un article molt interessant i una mica esperançador pel que fa a la supervivència d'aquesta tradició tan en perill a causa del progrés i la modernitat.
Gràcies, Carles!