La forja de la nación rumana (III): de Constantin Ipsilanti a la derrota de Tudor Vladimirescu
Mediante esta entrada me propongo retomar la serie de entradas dedicada al nacimiento de Rumanía, que quedó interrumpida a principios de septiembre con la descripción de los hechos acaecidos hasta finales del siglo XVIII.
Tras decenios de conflictos ruso-turcos y a pesar de que formalmente los hospodares fanariotas seguían gobernando Moldavia y Valaquia, en el último cuarto del siglo XVIII, la influencia rusa sobre ambos Principados fue creciendo. Aprovechando el fin de un nuevo conflicto bélico que había enfrentado a Austria y Turquía desde 1788, en 1791, el Consejo señorial válaco entregó a los diplomáticos austriacos que negociaban con los turcos la Paz de Sistova, una solicitud para que apoyasen su deseo escoger a sus propios hospodares y su intención de independizarse bajo supervisión austriaca y rusa, sin embargo, sus peticiones no fueron tomadas en consideración. A pesar de ello, consciente de que el malestar rumano beneficiaba a Austria y Rusia, el sultán no ignoró completamente esas reivindicaciones y, en 1802, fijó en siete años el período mínimo de gobierno de los hospodares y admitió la condición de que, para destituirlos, fuese necesaria la aprobación del zar.
Cuatro años después, el hospodar rusófilo válaco, Constantin Alexandru Ipsilanti, intentó unir los dos Principados, al tiempo que la nobleza moldava pedía ayuda a Napoleón con el mismo objetivo. En consecuencia, el sultán destituyó a Ipsilanti y el zar respondió enviando tropas a Moldavia y Valaquia, poniendo fin al régimen fanariota.
El zar Alejandro no tenía intención de apoyar la causa nacional rumana por lo que los Principados fueron considerados territorios conquistados con acceso privilegiado a los Balcanes. En 1812, la amenaza de invasión francesa en Rusia convenció al zar de la necesidad de llegar a un acuerdo con el sultán por lo que, mediante el Tratado de Bucarest, devolvió el control de los Principados a Turquía y retuvo la mitad oriental de Moldavia, entre el Prut y el Dniéster, conocida como Besarabia, favoreciendo la inmigración ucraniana para diluir la mayoría étnica rumana.
La ocupación militar rusa de 1806 – 1812 fue considerada por los rumanos como un acto imperialista que permitió a Rusia arrebatar a Moldavia sus tierras más fértiles. Este hecho contribuyó al aumento del apoyo a la causa unionista entre la burguesía y algunos boyardos, críticos con la continua injerencia rusa y con la debilidad de los hospodares frente a Estambul y San Petersburgo.
El primer dirigente político de la causa nacional rumana fue Tudor Vladimirescu (en la imagen, encabezando esta entrada) quien, a partir de 1815 entabló relaciones con el Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno ruso y con la Filiki Hetairía, la sociedad secreta de los nacionalistas helenos en el sur de Rusia que ganaba adeptos entre las familias fanariotas establecidas en suelo rumano. En 1820, desde su cargo de gobernador de un distrito de Oltenia, Vladimirescu pactó con Alexandru Ipsilanti – hijo del hospodar válaco depuesto por el sultán – un levantamiento conjunto de griegos y rumanos contra la Sublime Puerta.
En febrero de 1821, Vladimirescu publicó la Proclamación de Padeş, un vago programa que proponía la revolución campesina contra los boyardos, y estableció una Asamblea Popular con representantes del campesinado válaco. A principios de abril, junto a un numeroso ejército de siervos voluntarios, Vladimirescu entró triunfal en Bucarest pero la llegada de Ipsilanti y su milicia hetariota desde Moldavia lo condenó a un papel secundario que no quiso aceptar, por lo que ambos ejércitos rompieron sus relaciones. Acusado de negociar con los turcos, Vladimirescu fue ejecutado por los hetariotas en Tîrgovişte y su ejército fue disuelto. En junio, los otomanos derrotaron a Ipsilanti en la batalla de Drăgăşani y retomaron el control de los Principados.
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