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Bucarestinos

Orígenes y evolución del alumbrado público de Bucarest

Orígenes y evolución del alumbrado público de Bucarest

Por pura deformación profesional, no puedo evitar fijarme siempre en el alumbrado público que ilumina las noches de las ciudades que visito y Bucarest no podía ser una excepción. Actualmente, el sistema de alumbrado público de Bucarest se asemeja al de cualquier ciudad europea. Lejos quedan aquellos días de oscuridad de finales de los años 80, cuando el tirano Ceaușescu sumió a la ciudad en las tinieblas en un vano intento de recortar costes de un régimen en franca decadencia.

No fue hasta principios del siglo XIX cuando los bucarestinos vieron por primera vez un espacio público iluminado por algo más que la luz de la luna y las estrellas. La petición fue formulada por un grupo de boyardos que, en una carta dirigida al príncipe fanariota de Valaquia, Ioan Gheorghe Caradja (1812 – 1818), solicitaban: “… que entre el puente de Mogoșoaia y la Corte Vieja, a ambos lados de la carretera y a una distancia de cada siete casas, se levanten postes con un farol que contenga una luz que se encienda cada noche”. A pesar del indudable avance que supuso esta nueva vía iluminada, los vecinos pronto protestaron al recibir una factura mensual de de 32 parales (1 leu de la época estaba dividido en 40 parales, aunque esta medida no fue establecida oficialmente hasta mediados de siglo) para mantener las nuevas instalaciones.

Para iluminar el resto de caminos por los que transitaban, los boyardos empleaban un método tan ancestral como rudimentario. Un grupo de gitanos corría frente al lujoso carruaje (butca) de su señor, portando en sus espaldas una especie de parrilla metálica (masalaua) en la que se colocaban unas antorchas untadas con aceite. A lo largo del camino, iban reponiendo las antorchas que se consumían mientras corrían frente los caballos “dejando una estela de luz roja y humo negro”, según escribió el diplomático Gheorghe Cruţescu, en su libro Podul Mogoşoaei.

Otro método rústico de iluminación lo constituían las pantallas hechas con piel de oveja o de cabra que “bien seca y extendida, proyectaban la luz de una lámpara de sebo” colocada en las puertas de la ciudad. En otras puertas se utilizaban unas teas denominados “poponeți”, constituidas por un manojo de trapos, untado en aceite y colocado colgando en el extremo de un poste, bajo el cual se instalaban grandes recipientes con tierra (cenace) para evitar incendios.

Posteriormente, todas estas tecnologías tradicionales fueron sustituyéndose progresivamente por linternas de cristal, que empleaban aceite de colza como combustible. La introducción del petróleo como fuente de energía, a mediados del siglo XIX, convirtió a Bucarest en una ciudad sumida en la penumbra en una urbe pionera en el uso de nuevos métodos para iluminar sus calles.

En 1861, un año antes de convertirse en la capital de los Principados unidos de Moldavia y Valaquia, Bucarest disponía ya de una red de alumbrado con lámparas de gasolina, adelantándose a ciudades como París o Berlín. Diez años después, las calles se iluminaban con gas y en 1882 llegó la electricidad a la ciudad. A pesar de las críticas publicadas en periódicos como L’Indépendance Roumaine, las primeras instalaciones eléctricas se ubicaron en el Palacio Real - alimentado por una central construida ad hoc, a través de una línea de corriente continua de 2 kV -, en el Palacio de Cotroceni, en el Teatro Nacional y en el Parque Cișmigiu.

Finalmente, todos en Bucarest acabaron sucumbiendo al poder de la electricidad y un tiempo después, el famoso periodista de la época, Mișu Ion Văcărescu, redactor en L’Indépendance Roumaine, escribía: “Por las tardes íbamos a Eldorado, la mejor fiesta veraniega de la ciudad, donde el jardín no tenía suficiente luz natural y la luz eléctrica brillaba con toda su fuerza”.

4 comentarios

AMA Gloria -

Lo de las antorchas a la espalda de los gitanos es bien original, y no quiero hacer comentarios xenófobos.

Luis. -

Corriente continua... Qué bueno. Una muy buena entrada, Carlos.

Carlos -

Querido Luis,

He añadido un apunte a la entrada para responder a tu pregunta.

A pesar de todo lo escrito, lo cierto es que la primera ciudad de Europa que tuvo alumbrado público eléctrico fue Timisoara, que lo inauguró en 1884.

Luis. -

Bravo, muy bien... Oye, curiosidad: ¿de dónde sacaban la electricidad?