Obras
Bucarest tiene decenas de calles abiertas, con las tripas al aire. Unas veces son producto de faenas más o menos planificadas, otras son agujeros que se crean de manera natural, empiezan como un bache y acaban en una sima de la que no se ve el final. En cualquier caso, las obras suelen eternizarse inexplicablemente y a veces los boquetes se convierten en auténticos vertederos de basura.
En muchas ocasiones, las zonas de trabajo acumulan maquinaria y material durante meses. Perfectamente valladas al principio, van perdiendo su buen aspecto inicial y acaban con las zanjas rellenas de todos los materiales inimaginables. Cuando ha sido necesario disponer pasarelas para el paso de peatones, estas acaban convertidas en trampas mortales, con hierros oxidados acechando para transmitir el tétanos al menor despiste y ratas merodeantes del tamaño de un caballo (sólo hay que visitar Lipscani para comprobarlo).
Paseando el otro día por una de tantas calles, me encontré este espectáculo. Una zanja recorría la vía de punta a punta, un obrero, armado sólo con una pala, realizaba un trabajo indescifrable aunque a todas luces inútil, mientras unos niños jugaban en la cabina de la excavadora que contemplaba parada la escena. Sin duda, las obras allí iban a durar mucho, mucho tiempo.
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AMA Gloria -